Resurgiendo de las cenizas - Capítulo 327
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Capítulo 327:
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El hombre vestía un traje perfectamente entallado, de esos que susurran riqueza y poder. Su rostro, atractivo pero afilado como un cuchillo, desprendía un aire frío y calculador. Su postura era erguida, irradiando la confianza serena de alguien que domina su territorio.
Era Roland.
En ese momento, tenía las manos metidas en los bolsillos con naturalidad y permanecía allí de pie, en silencio, como si estuviera esperando algo, o quizá a alguien. Pattie le había dado la dirección de Maia y había llegado temprano por la mañana, como un hombre con una misión.
Maia arqueó una ceja y una chispa de curiosidad cruzó su rostro. —¿Qué te trae por aquí?
Roland frunció el ceño, pero en lugar de dar una explicación, optó por hacer una pregunta. Su tono estaba teñido de una mezcla de tensión e incertidumbre. —Maia, ¿por qué… has contratado a un acompañante masculino?
Por un instante, Maia se quedó desconcertada. ¿Era por eso por lo que había aparecido en su puerta al amanecer? ¿Solo para preguntarle eso?
Ella se rió entre dientes, con voz despreocupada, casi frívola. —Porque quería. ¿Qué pasa, señor Cullen? ¿Tan te importa mi vida personal? El mensaje estaba claro: no era asunto suyo.
Roland frunció el ceño, con la irritación a punto de estallar. La indiferencia de Maia era como un muro que no podía escalar, que lo asfixiaba y lo dejaba sin aliento, buscando claridad.
Sin embargo, bajo la superficie, se estaba gestando una tormenta. Intentaba entender este cambio tan repentino en el comportamiento de Maia. Esta no era la mujer que él creía que era. Tenía que haber una razón, un hilo oculto en algún lugar que motivara sus acciones. Sí, eso era. Ahora lo veía claro, como un rayo que atraviesa la niebla. Una teoría que encajaba todas las piezas.
«¿Es porque tu marido…?» Roland dudó, y luego soltó: «… ¿es impotente?».
Hizo una mueca de dolor al pronunciar esas palabras, pero siguió adelante. «¿O quizá no tuviste otra opción que casarte con él?».
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Durante un breve instante, Maia se quedó paralizada, con la misma expresión. Roland, con su precisión de abogado, siempre había sido experto en leer entre líneas. Su agudo intelecto era su mejor herramienta: estaba entrenado para descubrir verdades ocultas en las sombras.
Maia sabía que Roland no se dejaría influir ni apartar fácilmente como su hermana Elvira. Estaba indagando. Ella podía sentirlo.
Tras un momento de silencio, respondió con voz firme y tranquila. —Roland, esto es asunto mío, no tuyo. ¿No crees?
Su mirada titubeó ligeramente, pero su tono era indiferente, como si estuviera esquivando una bala incómoda sin sudar ni una gota.
Pero Roland, en un inesperado arrebato que rompía con su habitual autocontrol, extendió la mano y le agarró la muñeca. Sus ojos se oscurecieron y, por primera vez en mucho tiempo, una chispa de sinceridad se encendió en su mirada. —Maia, si tienes problemas, dímelo. Te ayudaré. Sea lo que sea, lo solucionaremos juntos.
Su voz se volvió cada vez más insistente, casi desesperada, mientras añadía: «Si te han obligado a casarte, puedes divorciarte. Yo me encargaré de todo: los trámites legales, el papeleo. Lo arreglaré todo».
Maia, momentáneamente atónita por su arrebato, procesó sus palabras. Luego, como para desarmarlo, se rió suavemente. «No estoy en problemas, Roland. No me obligaron a nada. Fue toda mi decisión».
Sus palabras cortaron el aire como un chorro de agua fría, apagando el fuego que él había encendido con tanto fervor.
Roland se quedó paralizado, su declaración fue como un trueno, y la onda expansiva resonó en su interior. El mundo pareció detenerse en ese momento.
Entonces, la voz de Maia volvió a sonar, esta vez con un tono burlón, mientras decía lentamente: «Solo soy alguien con un pasado turbulento. Debería considerarme afortunada de que alguien esté dispuesto a casarse conmigo. Si me divorcio, ¿qué pasará si ya nadie me quiere? ¿Te harías responsable de mí?».
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