Yo soy el Alfa Dominante: Me perteneces - Capítulo 66
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Capítulo 66:
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Permanecimos en silencio, el claro que nos rodeaba bañado por el suave resplandor del crepúsculo, una paz inusual se apoderó de nosotros. Por un breve momento, fue como si nada más existiera: ni una guerra inminente, ni una manada dividida, ni una desconfianza persistente. Solo nosotros, y la tranquila comprensión de que, incluso en nuestra confusión, habíamos encontrado algo estable el uno en el otro.
Cuando la oscuridad empezó a asentarse, me alejé a regañadientes, volviendo a aterrizar en la realidad de lo que nos esperaba.
«Debería irme», dije, con la voz teñida de pesar.
«La manada me necesitará por la mañana. Y todavía tengo mucho que preparar».
Dante asintió, aunque su mirada se quedó en mí, como si se resistiera a romper el momento.
—Lo entiendo. Pero debes saber esto, Elara: pase lo que pase, estoy aquí. Estaré a tu lado, pase lo que pase.
El peso de su promesa se posó sobre mí, llenando los espacios vacíos que dejaban mis propias dudas. Asentí, ofreciéndole una pequeña y agradecida sonrisa.
—Gracias, Dante. Por todo.
Inclinó la cabeza y su expresión se suavizó.
—Buenas noches, Alfa.
Cuando me di la vuelta para irme, sentí la calidez de su mirada en mi espalda, un recordatorio de que no tenía que llevar sola el peso del liderazgo. Nuestro vínculo, por misterioso y complicado que fuera, se sentía como una promesa silenciosa, una presencia constante en medio del caos.
Y mientras regresaba por el bosque, con las sombras cayendo a mi alrededor, sentí un rayo de esperanza de que, con Dante a mi lado, podríamos ser capaces de enfrentarnos a cualquier prueba que nos esperara.
POV: Elara
Esta noche había luna llena, que proyectaba un resplandor plateado sobre el recinto y bañaba todo con una luz pálida y fantasmal. La manada estaba tranquila, descansando después de un día de entrenamiento implacable, la tensión de la inminente batalla con Silas era palpable en la mirada de cada lobo. Había pasado el día supervisando los preparativos, coordinando las patrullas y elaborando estrategias con Osric y Celia. Pero incluso con todos los detalles cubiertos, una inquietud hervía dentro de mí, una inquietud que se negaba a calmarse.
Silas siempre había sido una amenaza, pero ahora, con cada día que pasaba, sentía como una tormenta que se acumulaba en el horizonte, lista para atacar. Y con Dante de vuelta en la manada, el peso de todo se sentía más pesado, más complicado. Su regreso había despertado viejas emociones que había enterrado, preguntas sin resolver que persistían como sombras. Esa noche, esas preguntas eran demasiado fuertes para ignorarlas.
Incapaz de dormir, salí de mi estudio y me dirigí al borde del recinto, donde el bosque se abría a una cresta con vistas al valle. La vista siempre me había reconfortado, me recordaba la belleza y la paz que luchaba por proteger. Pero esta noche, mientras estaba allí de pie, sentí una presencia que se acercaba antes de verlo.
Dante.
Me giré cuando se acercó, sus pasos eran suaves sobre la tierra, su mirada firme mientras se paraba a mi lado. La quietud entre nosotros era cómoda, familiar, aunque contenía una tensión tácita que solo había crecido desde que había regresado.
—Elara —saludó suavemente, su voz llevaba una calidez que me envolvía, estabilizando los pensamientos que giraban en mi mente.
—Dante —respondí, con la mirada fija en el valle que se extendía a mis pies.
—¿Tampoco has podido dormir?
Sacudió la cabeza, una leve sonrisa tocó sus labios.
—No. Es difícil calmar mi mente estos días.
Permanecimos allí en silencio durante unos momentos, el peso de lo no dicho se extendía entre nosotros. Hacía semanas que había vuelto, ayudándome a fortalecer la Manada de la Garra, con su lealtad tan feroz como siempre. Pero a pesar de su apoyo inquebrantable, no podía ignorar las preguntas persistentes, las emociones que habían resurgido con su regreso.
«Dante», comencé, mi voz apenas un susurro, «¿por qué has vuelto realmente?».
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