Yo soy el Alfa Dominante: Me perteneces - Capítulo 65
✨ Nuevas novelas cada semana, y capítulos liberados/nuevos tres veces por semana.
💬 ¿Tienes una novela en mente? ¡Pídela en nuestra comunidad!
🌟 Únete a la comunidad de WhatsApp
📱 Para guardarnos en tus favoritos, toca el menú del navegador y selecciona “Añadir a la pantalla de inicio” (para dispositivos móviles).
Capítulo 65:
🍙 🍙 🍙 🍙 🍙
Finalmente, rompió el silencio.
—Pensé que quizá necesitarías algo de tiempo a solas. No era mi intención entrometerme.
Sacudí la cabeza y me volví para mirarlo de frente.
—No, está… está bien. —Vacilé, la tensión del día persistía en mis músculos, una mezcla de orgullo y fatiga me pesaba mucho.
—Las pruebas fueron… intensas.
Él asintió, con un toque de admiración en sus ojos.
—Hoy has demostrado tu valía, Elara. Creo que la manada necesitaba verlo tanto como tú.
Una pequeña y cansada sonrisa se dibujó en mis labios.
—Supongo que sí. Pero sé que esto es solo el principio. Ganarme su confianza no es algo que pueda lograr en un día.
Su mirada se suavizó.
—La confianza es un camino. Y tú has dado los primeros pasos. Es más, les has demostrado qué tipo de líder eres.
Sentí una calidez en sus palabras, un estímulo inesperado. A pesar de las tensiones, las dudas y las heridas del pasado, había algo innegable en la conexión entre nosotros, un vínculo que iba más allá de la simple lealtad o la historia compartida. Era como un hilo que nos unía, uno que había existido mucho antes de que él regresara, mucho antes de que yo asumiera el papel de alfa.
—Sigo sin entenderlo —admito, mirando al valle, con la voz apenas un susurro—.
Este vínculo entre nosotros. Es… confuso. Nunca lo quise, Dante. Pero lo siento cada vez que estamos cerca el uno del otro, y parece que se hace más fuerte.
Él se acerca un paso más, sin apartar la mirada de la mía.
—Yo también lo siento. Y no eres la única que se pregunta qué significa, por qué está ahí. Yo tampoco lo pedí, Elara. Pero al vínculo no le importa lo que queramos.
Las palabras flotaron pesadamente entre nosotros, la realidad de nuestra conexión se apoderó de mí. Había intentado con todas mis fuerzas resistirme, ignorar la atracción, pero era como si el destino nos hubiera unido, negándose a dejarnos seguir caminos separados. Era una conexión que resultaba a la vez tranquilizadora y aterradora, un recordatorio de que incluso mientras luchaba por la lealtad de mi manada, mi corazón luchaba con su propia lealtad: hacia él.
—Tienes razón —murmuré, apenas mirándolo a los ojos—.
Pero complica todo, ¿no? Mi papel, la manada… nuestro pasado. Es como si no pudiera encontrar tierra firme cuando estás cerca. —Él acortó la distancia entre nosotros, su presencia era a la vez tranquilizadora y electrizante.
«Puede que no encuentres un terreno firme, pero tal vez no lo necesites. Tal vez este vínculo, sea lo que sea, no tiene por qué ser una debilidad. Tal vez pueda ser una fortaleza».
Lo miré, con una mezcla de incredulidad y algo parecido a la esperanza ardiendo en mi pecho.
«¿Cómo puede algo tan incierto ser una fortaleza?».
Extendió la mano, apoyándola en mi hombro, cálida y firme.
—Porque no estás enfrentando esto sola, Elara. Porque cuando sientes duda, miedo o incertidumbre, tienes a alguien con quien compartir esa carga. —Su voz se suavizó, una honestidad cruda se deslizó en su tono.
—Juntos somos más fuertes, incluso si no entendemos por qué. —El calor de su mano en mi hombro me hizo estremecer, y sentí el vínculo entre nosotros latir, casi como si tuviera vida propia. En ese momento, el peso del día pareció desvanecerse, las dudas y los miedos se desvanecieron en un segundo plano. Todo lo que sentí fue su presencia, la tranquila seguridad de que estaba ahí, que me entendía y que no se iba a ir a ninguna parte.
«Quizá», dije en voz baja, permitiéndome inclinarme hacia su tacto, solo por un momento.
«Quizá tengas razón».
Su mirada buscó la mía y, por primera vez, vi una vulnerabilidad en ella: un atisbo del hombre que se escondía bajo el exterior cauteloso, el que había enfrentado su propia cuota de batallas, tanto internas como externas. En ese momento, sentí la profundidad de nuestro vínculo como algo inquebrantable, algo forjado no solo por el destino, sino por la lucha compartida, por una lealtad que era más profunda de lo que cualquiera de nosotros podía comprender por completo.
.
.
.