Vuelve conmigo, amor mío - Capítulo 1089
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Capítulo 1089:
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Apretó el ramo de flores que había comprado para él y empujó la puerta de su habitación.
Rickey tenía peor aspecto de lo que había imaginado.
La noche del accidente, le había suplicado que no condujera borracho, pero él la había ignorado con indiferencia.
Había presagado una catástrofe inminente y, efectivamente, había encontrado su coche destrozado en el arcén de una carretera desierta.
Más tarde, lo había visto subir a una camilla bajo las luces deslumbrantes de las noticias de tráfico.
Se arrepentía profundamente. Si hubiera previsto la gravedad de su estado, lo habría acompañado, aunque ello supusiera poner en peligro su propia seguridad.
—Rickey —lo llamó.
Él volvió la cabeza, con una expresión de sorpresa en el rostro. —¿Qué haces aquí? —
—He venido a verte. ¿Estás bien?
Rickey señaló su pierna enyesada con una mueca de dolor. —¿Tú qué crees?
Emma dejó las flores en el suelo y miró con torpeza a su alrededor, a la habitación estéril. —¿Hay algo que pueda hacer para ayudar?
—No —respondió Rickey con tono seco—. Ya me has visto. Ya puedes irte.
Su corazón se hundió como una piedra, pero se obligó a preguntar: «¿Aurora se va a quedar aquí para siempre?».
«Quizá».
Emma soltó una risa amarga que resonó en la silenciosa habitación. «Entonces supongo que realmente solo estorbo».
Rickey la miró con expresión indescifrable, sin revelar nada de sus pensamientos más íntimos. «Emma, seamos realistas. Nunca fuimos más que una conveniencia el uno para el otro. Tú solo eras un sustituto para ella. Ahora que ella está aquí, no tiene sentido continuar con esta farsa».
Emma apretó los puños hasta que sus uñas se clavaron en sus palmas formando medias lunas. «Lo entiendo».
Rickey no dio más explicaciones. Con frialdad, cogió su teléfono y transfirió 100 000 dólares a su cuenta.
—Considera que esto es el fin de lo que haya habido entre nosotros. Coge el dinero. Ya me he encargado de tu matrícula para este semestre. A partir de este momento, seguiremos caminos diferentes.
El orgullo de Emma luchaba con el sentido práctico. Las palabras «No quiero tu dinero» se negaban a salir de sus labios.
Lo necesitaba; esa dura realidad era lo que la había atraído hacia él en primer lugar.
Siempre supo que no era el tipo de chica a la que el destino permitiría quedarse con él.
«Está bien. Gracias», susurró con voz temblorosa.
Salió de la habitación con la cabeza alta, aferrándose a los últimos restos de su dignidad, incluso cuando su compostura se desmoronaba.
Las lágrimas se acumularon como nubes de tormenta en sus ojos, amenazando con derramarse. Encontrando refugio en un banco fuera del hospital, se abrazó a sí misma y trató desesperadamente de borrar de su corazón todos los recuerdos de Rickey.
De repente, un hombre con una elegante gabardina negra se sentó en el banco junto a ella.
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