Vuelve conmigo, amor mío - Capítulo 1009
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Capítulo 1009:
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A Ryland le importaba un comino el amor de ella.
Un coche pasó junto a él y, por un momento, vio su reflejo en la ventanilla tintada. Fue breve, pero sus rasgos se distinguían claramente.
Solía estar orgulloso de sus cejas y sus ojos, el parecido inconfundible con Wade que demostraba que eran padre e hijo.
Pero resultaba que se parecía más a Chris, algo que nunca había considerado antes.
Si Katie tenía razón, entonces Wade le había mentido.
Y si ella también había mentido, ¿en qué más podía creer?
Ryland sentía que su mente daba vueltas, abrumada por el torrente de revelaciones que no podía procesar por completo.
Dunn le había dicho que pensara con crítica, que analizara los hechos y reconstruyera la verdad por sí mismo. Pero en ese momento, solo una pregunta lo consumía: ¿por qué Wade le había mentido?
¿Acaso su vínculo durante la última década también había sido una mentira?
Cada vez que Wade lo miraba, su mirada parecía tan cálida, tan llena de amor. Pero ahora, Ryland no podía evitar preguntarse: ¿Wade lo veía realmente a él? ¿O veía a Chris en él?
El recuerdo de aquel fatídico día seguía vivo: Wade apuñalándose en el cuello para salvarlo, casi perdiendo la vida en el proceso.
Ryland aún podía imaginar las secuelas: Wade tendido en un charco de su propia sangre, con la cabeza apoyada en el regazo de Ryland, los ojos vacíos y la mano extendida en el aire. ¿Lo estaba llamando a él o a Chris?
Y si era Chris, ¿por qué Wade lo había acogido? ¿Por qué lo había criado como si fuera suyo? Chris había sufrido anemia grave y su tipo de sangre poco común permanecía en la mente de Ryland como una advertencia.
No quería pensar en lo que eso podía significar, pero una vez que la idea se había arraigado, no había forma de detenerla.
Ryland corrió hacia el borde del puente, jadeando con dificultad mientras el agotamiento y la angustia lo consumían. Se aferró a la fría barandilla y miró la vasta extensión del mar que se extendía debajo. Durante un instante fugaz y desesperado, pensó que si saltaba, ¿acabaría por fin con todo ese dolor?
La idea se apoderó de él y se subió a la barandilla. Los coches pasaban a toda velocidad, con las bocinas sonando en una sinfonía ininterrumpida de indiferencia. Ni un solo vehículo se detuvo.
Ryland contempló el mar tranquilo, cuya quietud se burlaba de la tormenta que se desataba en su interior. Pero antes de que pudiera moverse, un par de manos lo agarraron por la cintura y lo tiraron hacia atrás con una fuerza sorprendente.
—¿Qué estás haciendo? ¡Baja! ¡Esta no es la solución a lo que sea que estés pasando!
La voz temblaba con urgencia, y Ryland se quedó paralizado, con el cuerpo tenso contra el agarre del desconocido. Momentos después, otros transeúntes se acercaron apresuradamente, rodeándolo y colmándolo de palabras de consuelo.
La mujer que había agarrado a Ryland por la cintura continuó: «Soy terapeuta. Si alguna vez necesitas a alguien con quien hablar, aquí me tienes para escucharte».
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