Un Regreso Inesperado: Rencores del pasado - Capítulo 352
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Capítulo 352:
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Piso el acelerador con más fuerza mientras el coche recorre a toda velocidad la autopista vacía.
No hay forma de que Dominic no haya tenido algo que ver en esto. Llego a su casa treinta minutos después, sin importarme un carajo los guardias de la entrada, a los que paso de largo.
Abro de una patada la puta puerta endeble.
—¡Dominic! —grito una vez dentro.
—¡Lárgate de aquí, cobarde!
Oigo pasos suaves que bajan las escaleras y me doy la vuelta. Veo a Dominic con una sonrisa salvaje y demente en su rostro.
—Veo que por fin has venido —sonríe, como si lo supiera todo.
—Sé que tú hiciste esto, joder —le grito, acercándome lentamente a él.
—Lo hice —se encoge de hombros.
—¿Qué vas a hacer al respecto, eh?
—Te dije que la mataría —gruño, ahora de pie justo frente a él en las escaleras, mi altura aún se eleva sobre la suya.
—No engañas a nadie con esos ojos, Enamorado —se ríe entre dientes.
«He visto cómo defiendes a esa puta… cómo la miras. Todo está en los ojos».
Se me aprieta la mandíbula hasta el punto de sentir que se me van a romper los dientes.
«¿Dónde está?», le exijo.
No contesta.
Y hoy no tengo la puta paciencia para sus gilipolleces. No cuando necesito ver a mi chica, no cuando en todo lo que puedo pensar es en ella. Avanzo el pie y le doy una patada en la parte posterior de la rodilla, haciéndole perder el equilibrio y caer por las escaleras.
Sus gritos de agonía finalmente llegan a su fin cuando llega al suelo. Dominic me mira, con la nariz ensangrentada. Justo en ese momento, oigo a su esposa, Anita, bajar corriendo.
—¡Jesucristo! ¡Dominic! —exclama ella.
Aprieto la mandíbula y la miro.
—No golpeo a las mujeres, Anita. Pero necesito que subas a la mierda.
Dominic tose: —Llama a los guardias…
—Ahora —digo con voz tranquila y enojada. Esto hace que la perra malvada se estremezca y corra escaleras arriba.
Dios, esta familia me hace querer romper todos mis principios morales. Anita y Dominic abusaron de mi esposa, pero no creo que pudiera volver a mirar a Sia a los ojos si se entera de lo que le habría hecho a su maldita madre. No. Ni siquiera es su maldita madre.
Me doy la vuelta y veo a Dominic tratando de ponerse de pie. Me agacho y le doy una patada, tirándolo de nuevo al suelo.
«Nunca te he tocado porque tenía miedo de lo que le harías a mi mujer», refunfuño, agachándome, agarrándole por el cuello y poniendo al cabrón en pie.
Cojea un poco cuando lo empujo hacia atrás.
«Vas a arrepentirte de cada decisión de tu estúpida vida si no recupero a mi mujer».
Abre la boca para hablar, pero no quiero oír su estúpida voz.
Así que le doy un puñetazo.
Y ahí va, cayendo al suelo de nuevo.
«Te meteré en un infierno en tu maldita vida, Dominic», afirmo con calma, arrodillándome a su nivel.
Algo cambia en los ojos de Dominic, como si supiera que no estoy mintiendo.
Porque no estoy mintiendo, joder.
No soporto el hecho de que mi preciosa niña no esté conmigo ahora mismo. No soporto el hecho de que no esté en mis brazos. Y estoy jodidamente impaciente por volver a poder besarla.
«Theo, ya ha terminado…», dice Dominic, sacándome de mis pensamientos. Pero antes de que pueda continuar su estúpida frase, lo agarro por el cuello y lo arrastro hasta los sofás.
Prácticamente lo tiro sobre los cojines y rápidamente deslizo mi pistola fuera de mi cinturón, alterando la posición de mi traje mientras lo hago. Dominic intenta levantarse, pero lo empujo de nuevo a su asiento.
«Joder…» Detengo sus palabras con el cañón de la pistola en su boca. No pierdo ni un segundo en quitarle el seguro; el clic del arma lo paraliza.
«Dime todo lo que sabes», digo.
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