Un Regreso Inesperado: Rencores del pasado - Capítulo 334
✨ Nuevas novelas cada semana, y capítulos liberados/nuevos dos veces por semana.
💬 ¿Tienes una novela en mente? ¡Pídela en nuestra comunidad!
🌟 Únete a la comunidad de WhatsApp
📱 Para guardarnos en tus favoritos, toca el menú del navegador y selecciona “Añadir a la pantalla de inicio” (para dispositivos móviles).
Capítulo 334:
🍙 🍙 🍙 🍙 🍙
Yo: No, no lo hiciste.
Theo: Sí, no lo hice. Pero no sabremos si es verdad hasta que lo probemos.
Yo: No puedo contigo.
Theo: Sí puedes.
Se me escapa una pequeña risa justo cuando la recepcionista me entrega el formulario de Kayla.
Me meto el teléfono en el bolsillo y vuelvo a la habitación.
Al acercarme, algo me llama la atención: un hombre de pie junto a la ventana, mirando hacia dentro.
Lleva una camisa negra y vaqueros, su postura es informal pero demasiado observadora.
Una oleada de familiaridad me invade.
Entrecierro los ojos, estudiando su rostro, su pelo, su complexión…
Y entonces lo reconozco.
Se me cae la mandíbula de la sorpresa.
Ramos.
Sin pensarlo dos veces, corro hacia él, le agarro del brazo y lo arrastro lejos de la habitación de Kayla.
Lejos. Muy lejos.
Lo arrastro a un pasillo desierto, que se usa muy poco, con el corazón latiéndome con fuerza.
«¿Qué coño haces aquí?».
No es una pregunta.
Mi voz es aguda, atraviesa el aire como una cuchilla: fría, mortal.
Ramos sonríe con una mueca, sus ojos oscuros recorren mi cuerpo de una manera que me pone la piel de gallina.
—Me alegro de verte viva —murmura.
—Vete, Ramos.
Aprieto tanto la mandíbula que siento dolor.
—Antes de que traiga a Theo para que te dé una paliza.
Su sonrisa se ensancha, la diversión brilla en su rostro.
—Ya veo por qué se casó contigo.
Y entonces, su mano está sobre mí.
Sus dedos gruesos se envuelven alrededor de mi cintura, tirando de mí contra su pecho.
El asco se agita en mi estómago.
Las ganas de vomitar se abren camino por mi garganta, pero me lo trago, luchando contra las náuseas repugnantes.
Soy la esposa de su hermano.
Este enfermo y retorcido bastardo.
Mis manos empujan contra su pecho, mi cuerpo lucha contra su férreo agarre.
«¡Suéltame!».
Empujo con más fuerza, pero su agarre se vuelve más fuerte como cadenas de acero.
El pánico inunda mis venas.
La realidad me golpea como una bofetada:
no puedo quitármelo de encima.
Por mucho que empuje, es inútil.
Y en ese instante, me transporto al pasado.
Me siento como una chica débil frente a papá otra vez.
No.
Por favor.
«Cuando te digo que hagas algo, ¡lo haces!».
La voz de papá retumba, sacudiendo mi cuerpo de cinco años.
Las lágrimas corren por mis mejillas mientras mi tía Cristina se apresura hacia nosotros.
«¡Dominic! ¡Deja en paz a la pobre chica!».
Me aparta de él de un tirón, sujetándome con fuerza.
.
.
.