Un Regreso Inesperado: Rencores del pasado - Capítulo 190
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Capítulo 190:
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Me desplomo inmediatamente sobre la cama.
El dolor es profundo, intenso, pero de una manera que casi…
Me siento bien.
Con vacilación, apoyo las manos contra el marco de la cama, utilizándolo como apoyo mientras me dirijo lentamente al baño.
Milo sigue acurrucado, profundamente dormido, así que lo dejo tranquilo.
En cuanto entro, veo mi reflejo.
Tengo un aspecto horrible.
Tengo los ojos hinchados y enrojecidos por tanto llanto anoche.
Las ojeras oscuras son producto de la falta de sueño.
Gimo, abriendo la ducha, desesperada por sentirme humana de nuevo.
Pero en cuanto sale el agua, mi mirada se posa…
Hay charcos de sangre fresca alrededor de mis pies.
Suspiro.
No entro en pánico.
Solo suspiro.
No tardo mucho en lavarme, y cuando salgo, me envuelvo en una toalla apretándola bien, exhalando lentamente.
Necesito recomponerme.
Entro en mi armario, buscando algo cómodo pero bonito para ponerme.
Mis ojos se posan inmediatamente en un vestido amarillo y suave.
Tejido ligero, veraniego, delicado.
Aún no es verano, pero ya lo tengo decidido.
Me lo pongo y miro mi reflejo en el espejo.
El corte es perfecto: se ciñe a mi cuerpo de la forma adecuada y el material es ligero como una pluma sobre mi piel.
Llega justo por encima de la mitad del muslo y me detengo a pensar si ponerme spandex debajo.
Pero hoy no tengo planes de ir a ningún sitio, así que lo dejo como está y lo complemento con unas delicadas joyas doradas.
Después de hacerme el maquillaje habitual, me peino con un look medio recogido, medio suelto.
Una última comprobación en el espejo… satisfecha.
Bajo las escaleras para empezar el día.
A cada paso, siento el dolor de anoche.
Un dolor persistente.
Un recordatorio.
Me produce una sensación de calor y una necesidad abrumadora de llorar cuando recuerdo que Theo sigue sin aparecer por ningún lado.
El sonido de voces se escucha desde la cocina.
Entro con cautela, sin querer llamar demasiado la atención.
No quiero que me pregunten por qué camino tan raro.
Sandra e Isabella están inmersas en una conversación, riendo, despreocupadas.
Se vuelven hacia mí y yo esbozo una sonrisa, sin querer aguarles la fiesta.
—Buenos días —murmuro, subiendo a la fría encimera.
—¡Buenos días, amor mío! —me sonríe Sandra, abrazándome con fuerza.
Me aferro a ella un segundo más de lo habitual.
—¿Comida? —pregunta Isabella, ladeando la cabeza.
—No tengo hambre.
Sandra me lanza una mirada.
Cambio de tema inmediatamente.
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