Su Venganza fue su Brillantez - Capítulo 990
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Capítulo 990:
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El hombre echó una mirada atrás a la multitud y luego salió silenciosamente de la Universidad Médica de Ublento.
Cuando llegó junto a Quentin, el motor del coche ya estaba rugiendo. Se inclinó hacia la ventanilla abierta del copiloto y dijo en voz baja: «Sr. Hudson, ¿quiere que me encargue de algo más?».
«Murray ya no puede quedarse», dijo Quentin con voz suave, casi amable. Era la imagen de la cortesía refinada, con un tono tan suave como la brisa de verano, pero esa calma ocultaba el peso de una sentencia de muerte.
El hombre no mostró ninguna reacción, con el rostro tranquilo, como si hubiera escuchado órdenes como esa cientos de veces antes. «Considérelo hecho», respondió.
Los ojos de Quentin permanecieron fijos en la carretera. «Hazlo limpiamente. Sin cabos sueltos».
«Entendido», respondió el hombre.
La ventanilla se subió, aislando a Quentin del mundo exterior. Un zumbido sordo salió del motor cuando el coche se alejó lentamente de la acera y desapareció en la calle.
Quedando solo, el hombre sacó su teléfono. Marcó un número y, cuando se conectó la llamada, pronunció una única orden seca: «Mata a Murray Sampson».
Nadie relacionaba los modales refinados y el encanto tranquilo de Quentin con la barbarie que se había abatido sobre Trinity.
Los estudiantes de la Universidad Médica de Ublento se habían indignado, sí, pero por sí solos, su furia no habría sido más que gritos y empujones. Había sido el hombre de Quentin quien había avivado su ira, guiándola hasta que estalló en una violencia brutal.
Después de que el hombre de Quentin se marchara, el fuego de los estudiantes finalmente comenzó a apagarse, dejando solo silencio a su paso. Sin embargo, ningún ojo se ablandó al ver el cuerpo destrozado de Trinity. Todos los espectadores creían que se había ganado el dolor. Incluso aquellos que alguna vez la habían adulado se quedaron clavados a distancia, sin atreverse a dar un paso adelante.
El personal de la ala del hospital llegó por fin, y su informe fue despiadado. Tenía tres costillas rotas, moretones profundos que se extendían por casi todo su cuerpo, mechones de pelo arrancados de raíz y las uñas desgarradas hasta quedar solo sangre.
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Para alguien que había crecido en la comodidad y protegida de todas las dificultades, una agonía tan cruda e implacable sacudió el alma de Trinity.
Trinity permaneció acurrucada sobre sí misma, con un gemido bajo y quebrado saliendo de su boca sin cesar. El sonido persistió incluso después de que la subieran a una camilla y se la llevaran.
Mientras tanto, los administradores se apresuraron a imponer el orden, aunque era una causa perdida. El día de la inscripción había atraído a multitudes de nuevos estudiantes y sus familias, cuyos rostros desconocidos se confundían con la multitud habitual. Nadie podía decir quién había lanzado un puñetazo o dado una patada. Era la justicia popular en su forma más auténtica. Con tantas manos involucradas, todas las personas compartían la culpa, lo que significaba que ninguna podía ser castigada. La escuela dejó que el asunto se olvidara.
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