Su Venganza fue su Brillantez - Capítulo 186
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Capítulo 186:
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Insoportable. Era como si le hubiera alcanzado un rayo en el brazo, e incluso alguien con su fuerza no podía evitar que el temblor se notara. El sudor le brillaba en la frente. Tenía la lengua pegada al paladar, seca como un hueso. Y, durante un instante aterrador, incluso se preguntó si iba a morir allí.
Incluso él consideró ridículo ese pensamiento. Había sobrevivido a lobos que le desgarraban la carne, a batallas que lo dejaban empapado en su propia sangre, y nunca, ni una sola vez, la muerte le había susurrado al oído. ¿Y ahora? Una niña pequeña. Un mordisco. Así que eso era lo que querían decir cuando decían que las mujeres eran peligrosas.
Los pensamientos chocaban en la cabeza de Merlín como espadas, salvajes, enredados e implacables.
Mientras tanto, Hailee, ajena al caos que se desataba en su interior, seguía enfrascada en su misión, mordiendo con todas sus fuerzas. Apretó más los dientes, clavándolos más profundamente, sin darse cuenta de que la piel se había roto y la sangre le manchaba los labios.
El miedo la había llevado más allá del límite, tan lejos que ya no era miedo. Lo único que quedaba era el instinto. Si este hombre se interponía en su camino, lo destrozaría diente a diente si eso significaba volver a ver a Elliana. Había hecho una promesa. Le había dicho a Elliana que esperaría. Y si eso significaba morder a este hombre hasta matarlo para cumplir esa promesa, que así fuera. Su plan era sencillo: matarlo, arrastrarse de vuelta a la caja de hierro y esperar. Solo esperar. Elliana vendría.
Pero el tiempo pasaba sin piedad. Le dolía la mandíbula. Le ardían las mejillas. Todo su cuerpo temblaba por el esfuerzo. Y aún así, él no caía. Ni siquiera se inmutaba. El aire escaseaba en sus pulmones. Su visión se nubló. Si no respiraba pronto, sería ella quien moriría.
Finalmente, lo soltó, jadeando, resollando, con el pecho agitado por el agotamiento. Tenía el rostro enrojecido y las extremidades débiles, como si acabara de librar una guerra contra su propio cuerpo.
Merlín la miró en silencio. Era la primera vez en su vida que veía a alguien agotarse por morder a otra persona. Era una criatura realmente delicada, tan delicada como el cristal soplado, brillante y frágil, como si el más leve roce pudiera romperla.
Reflexionando sobre la brusquedad con la que había intentado agarrarla antes, Merlín sintió un escalofrío de inquietud. Si hubiera conseguido agarrarla, ¿la habría roto sin querer? Era más frágil que la porcelana, más vulnerable que cualquier cosa que hubiera encontrado jamás. Y una vez más, su mente se sumió en un torbellino, una avalancha de pensamientos fragmentados que se estrellaban contra su cabeza en un abrir y cerrar de ojos.
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Hailee, todavía sin aliento por el esfuerzo anterior, finalmente levantó la cabeza con las pocas fuerzas que le quedaban.
Sus miradas se cruzaron: la de ella vidriosa y confusa, la de él extrañamente indescifrable.
—¿Por qué no has bajado todavía? —susurró ella, con voz apenas audible.
A Merlín se le escapó una risa suave, que se curvó en el borde de sus labios en algo que podría haber sido una sonrisa. —¿Se suponía que debía estar muerto? —respondió él, divertido. Ella había ido a por su brazo, no a por su garganta. ¿Cómo podría eso matarlo?
Pero la mente confusa de Hailee no podía procesar sus palabras. Estaba agotada. Entre los disparos y su desesperada huida de la caja de hierro, había invertido hasta la última gota de energía en ese mordisco. Incluso el simple acto de respirar le parecía ahora una batalla.
Las rodillas le fallaron. Su cuerpo se tambaleó. Estaba cayendo, y en ese instante, Merlín volvió a la realidad.
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