Su Venganza fue su Brillantez - Capítulo 1223
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Capítulo 1223:
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Pero Elliana se mantuvo firme. Respondió a la ardiente mirada de Cole con otra fría, una orden silenciosa para que se retirara antes de volver a girarse hacia Miguel.
«Trato hecho», dijo con voz firme como una roca.
«Quiero ver hasta dónde llega tu verdadera fuerza. Espero que des todo lo que tienes cuando volvamos a encontrarnos. Nada me emociona más que un adversario digno».
«Ja, ja…», una profunda carcajada brotó del pecho de Miguel.
«Elliana, ardes con la misma intensidad que tu madre. Ese fuego debe de ser la fuente de tu magnetismo. Lo encuentro embriagador. Hasta que nuestros caminos vuelvan a converger».
Con una última mirada prolongada, Miguel se dio la vuelta para marcharse. En ese momento, el estruendo de un helicóptero que se acercaba rompió el silencio: sus refuerzos habían llegado. Miguel levantó la vista hacia la aeronave que descendía, con una sonrisa de satisfacción en los labios.
Elliana apartó su atención del helicóptero y la fijó de nuevo en Miguel, con una expresión de burla en el rostro.
«Puede que haya cumplido nuestro trato, pero no voy a permitir que te marches ileso. No puedo permitir que confundas mi misericordia con debilidad».
Miguel se detuvo en seco, con expresión de confusión, y se volvió.
«¿Qué estás sugiriendo?».
Ella no dio ninguna explicación. En su lugar, atacó con la precisión de una víbora, lanzando una devastadora patada hacia arriba que lo lanzó por los aires.
«¡Ugh!». Completamente sorprendido, Miguel soltó un gruñido gutural cuando su cuerpo se estrelló contra la nieve, salpicando sangre carmesí sobre el inmaculado lienzo blanco.
El helicóptero aterrizó y un escuadrón de hombres vestidos con equipo táctico negro salió en tropel, cargando contra Miguel.
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Elliana los ignoró por completo y se dirigió a grandes zancadas hacia donde Miguel yacía tendido en la nieve. Se agachó y le acarició la cabeza, un gesto que rezumaba condescendencia y…
Humillación. Su tono transmitía un veneno envuelto en seda.
«Considéralo un regalo de despedida. Seguro que no me guardarás rencor, ¿verdad?».
«¡Tú!». Miguel se retorció de rabia, pero cuando intentó hablar, solo consiguió toser otra ráfaga de sangre.
Mientras sus hombres se agolpaban a su alrededor, Elliana se puso de pie y se retiró con gracia y sin prisas.
—Sr. Griffiths, ¿cómo se encuentra? —preguntó uno de los hombres de negro, ayudando a Miguel a ponerse de pie.
Tragándose su agonía, Miguel clavó en Elliana una mirada llena de odio.
—¡Nos vamos!
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