Su Venganza fue su Brillantez - Capítulo 1097
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Capítulo 1097:
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Exhaló un largo y entrecortado suspiro. «Cuídate cuando yo ya no esté. No malgastes lágrimas por mí, dale todo tu amor a Jeff. Haz como si yo nunca hubiera existido».
Sus palabras cortaban tan profundamente como su mirada.
Los labios de Irene temblaron mientras susurraba: «Jason, ¿me estás repudiando?».
«Tú me diste la vida. Mi sangre es tuya. ¿Cómo podría cortar los lazos?». Su tono era pesado, sombrío.
Su mente daba vueltas. Si no era cortar los lazos, ¿entonces qué era esa terrible firmeza en su voz?
Jason continuó: «Por muy enfadado o desconsolado que esté, no puedo cambiar el hecho de que eres mi madre. Tengo contigo una deuda que nunca podré saldar. Y nunca podría levantarte la mano». Su rostro se retorció de dolor. «Sé por qué hiciste todo eso: las mentiras, las intrigas. Todo fue por mí. Para apoderarte de la fortuna de los Evans en mi nombre. Eso me convierte en la raíz de todo. Yo soy el pecado original. Si desaparezco, tal vez tu obsesión muera conmigo».
¿Desaparecer?
La palabra golpeó a Irene como un puñetazo. Sus ojos se abrieron como platos al comprender el horror. «¡Jason! ¡No te atrevas! ¡No hagas ninguna tontería!».
Pero su mirada solo se endureció. «El día que enviaste a los Mercenarios Fantasma tras Cole, te advertí utilizando la muerte de Lanny como prueba de mi determinación. Pero lo ignoraste. Antes del concierto, te lo advertí de nuevo. Te dije que si no parabas, te arrepentirías. Sin embargo, seguiste adelante. Ahora Taylor está muerto y su sangre está en tus manos. ¿Qué otra opción me queda? Juré proteger a la familia Evans. Pero tú eres mi madre, no puedo hacerte daño. La única opción que me queda es expiar tus pecados con mi propia vida».
Levantó la cabeza hacia el cielo infinito, bebiendo con la mirada una última imagen del mundo.
Las lágrimas nublaron la visión de Irene mientras suplicaba con la voz quebrada: «¡Jason, no! ¡Por favor, no lo hagas! ¡Me equivoqué! ¡Lo dejaré todo! ¡Vuelve, no puedo vivir sin ti!».
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Pero Jason permaneció indiferente, como una estatua esculpida por el dolor.
La luz de la mañana se extendió por el horizonte, tiñendo el cielo de fuego.
Él la contempló, tranquilo y distante, como si los sollozos desesperados de Irene fueran solo el viento. Por fin, soltó un profundo suspiro y volvió a mirar la pantalla. «Adiós, mamá».
Luego, se inclinó hacia adelante y se entregó al aire. No hubo lucha, ni miedo, solo una figura silenciosa cayendo al vacío.
Irene se derrumbó, y sus gritos rompieron el silencio. «¡No! ¡Jason! ¡Vuelve!». Pero era inútil. El tiempo no se podía deshacer. No podía atravesar la pantalla para salvarlo.
Mientras Jason caía en picado, agarró el teléfono, con su rostro tranquilo enmarcado por la cámara, obligándola a presenciar cada escalofriante segundo.
Luego se oyó un crujido espantoso. La pantalla se quedó en negro. Jason había desaparecido.
Un aullido desgarrador brotó de Irene, salvaje y quebrado. Gritó una y otra vez, hasta que la casa tembló con el sonido.
La puerta de su habitación se abrió de golpe y Bertram entró corriendo. Encontró a Irene agarrándose la cabeza, meciéndose, con la voz atrapada en gritos interminables y sin palabras.
«¡Irene! ¿Qué ha pasado? ¿Qué te pasa?». La agarró por los hombros, pero sus ojos estaban vacíos, sin ver nada.
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