Su Venganza fue su Brillantez - Capítulo 1012
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Capítulo 1012:
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Eva nunca había imaginado que la «mujer débil» daría a luz a una hija tan despiadada. Y ahora esa hija había venido en busca de venganza, con una aguja en la mano, arrastrándola al mismísimo infierno. Un solo instante bastó para grabar el miedo en lo más profundo de su alma. Su orgullo se había convertido en cenizas.
«Soy una parásita desvergonzada», susurró Eva con voz temblorosa y quebrada. Habría confesado cualquier cosa. Cualquier cosa con tal de evitar la tortura.
«Bien. Por fin aceptas la realidad innegable», dijo Elliana, con una fría sonrisa en los labios. «Eva, hace años sabías que mi padre y mi madre se amaban. Te interpuse entre ellos y los separaste. ¿Es eso cierto?».
—Sí —murmuró Eva con humildad.
La mirada de Elliana se agudizó. —Y luego intentaste matar a mi madre. La obligaste a huir y esconderse, embarazada y sola. ¿También es eso cierto?
—Sí —susurró Eva, débil como una sombra.
—Bien —la risa de Elliana fue suave, cruel.
Se inclinó hacia ella, con los ojos como cuchillos. Para ella, Eva no era más que una cucaracha corriendo por el suelo. «Robaste lo que nunca fue tuyo. Mi padre nunca te amó ni te reconoció. Ni siquiera registró su matrimonio contigo. Sin embargo, te aferraste a la familia Campbell durante dos décadas, con una desvergüenza increíble. La familia Evans te repudió. Tu propio padre y tu hermano te echaron. Y aún así, ¿soñabas con quedarte aquí para siempre?». Su voz cortaba como el cristal. «Ese sueño se ha acabado. Como verdadera hija de esta casa, te echo como a la perra callejera que eres».
¿Echada como un perro callejero? Las palabras le dolieron más que cualquier bofetada. Eva abrió mucho los ojos. Miró a Elliana horrorizada. «¡No, no puedes! ¡Aunque no tengáis certificado de matrimonio, tu abuelo me aceptó en esta familia!».
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Elliana soltó una risa fría y hueca. —Entonces ve a buscarlo al más allá. Quizás allí te defienda.
De repente, un fuerte estruendo retumbó desde el piso de arriba, sacudiendo el aire. Todos se quedaron paralizados. Eva reconoció el origen de ese sonido. Su corazón se detuvo. Era su dormitorio. Giró la cabeza hacia Elliana, con la voz temblorosa. «¿Qué… qué le has hecho a mi habitación?».
Antes de que pudiera terminar, algo enorme pasó volando por las altas ventanas y se estrelló contra el césped.
Eva casi no podía respirar. Era su caja fuerte. La caja fuerte que contenía todo lo que ella había atesorado. ¿Por qué estaban tirando su caja fuerte?
Eva apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que una lluvia de sus pertenencias cayera desde el segundo piso.
Primero fueron sus ropas y zapatos. Luego, su maquillaje y joyas. Uno tras otro, todos sus preciados objetos aterrizaron en el césped, arrojados como basura vieja.
Un estruendo ensordecedor rasgó el aire cuando su armario y su cama siguieron el mismo camino, cayendo por la ventana y rompiéndose en pedazos abajo.
«¡No se atrevan a tocar mis cosas!», gritó Eva, con la voz quebrada por la incredulidad. Se suponía que su dormitorio era zona prohibida, un refugio privado que ella custodiaba ferozmente. Nadie había puesto un pie allí sin su permiso. Pero hoy, unos desconocidos habían irrumpido en su santuario, tirando sus objetos personales para que todos los vieran.
Intentando levantarse, Eva obligó a su cuerpo a moverse y salvar lo que pudiera. Nada funcionó. Paralizada, permaneció allí tumbada, obligada a ver cómo su vida se desmoronaba ante sus ojos. Un grito crudo y frustrado escapó de sus labios.
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