Resurgiendo de las cenizas - Capítulo 926
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Capítulo 927
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«Eres autosuficiente, perspicaz y te comportas con auténtica humildad», dijo Claudius, con un tono de voz bajo y firme. «De entre todas las personas de mi mundo, tú destacas». Sus ojos no vacilaron mientras continuaba, con voz firme y mesurada: «Como es posible que esté fuera durante mucho tiempo, no quiero dejar nada sin decir. Maia, siento algo por ti».
Por fin se había dicho la verdad. Las palabras de Claudius no eran contundentes, pero resonaban con absoluta certeza.
Durante un instante, el momento quedó suspendido, pesado e inalterable.
Al principio, Maia solo respondió con un parpadeo. Tras una pausa reflexiva, respondió: «Sr. Cooper, creo que ya sabe que tengo marido». Su tono se suavizó. «Aun así, agradezco su sinceridad».
La respuesta impactó a Claudius, y una sombra de decepción cruzó su rostro. Aun así, al menos había expresado sus sentimientos abiertamente. Sin embargo, algo le impedía aceptarlo. Se quedó en silencio, luego se recompuso y preguntó con delicadeza: «¿Puedo preguntarte si tu matrimonio es real? Corre el rumor de que solo fue una tapadera para alejarte de Vince… que en realidad no estás casada».
Maia bajó la mirada y una risa silenciosa se escapó de sus labios. Ni en sus sueños más descabellados había imaginado que un simple viaje a Sceibar desataría especulaciones tan descabelladas sobre su vida.
«Es cierto», respondió con voz firme y clara. «Realmente estoy casada, no tengo motivos para mentirte».
Por un instante, la esperanza brilló en los ojos de Claudio, pero su respuesta echó por tierra todo lo que él esperaba. Antes de que pudiera encontrar nuevas palabras, Maia continuó: «Puede que no sea rico ni tenga una carrera impresionante, y sí, tiene problemas de salud. Aun así, es real: divertido, atento, amable y de buen corazón. Y tengo que mencionar que es un cocinero fantástico. Con él, por fin me siento segura, querida y satisfecha de una manera que nadie más me había hecho sentir nunca».
Mientras hablaba, una suave sonrisa suavizó su rostro, pintando una imagen de tranquila felicidad. Mientras tanto, Claudio sintió que la decepción se apoderaba de él, pesada e ineludible.
«Nuestro vínculo es sólido», dijo Maia, con palabras mesuradas y firmes. «Los rumores no tienen ningún peso para mí. Lo que importa es que confío en él, más que en nadie, con todo lo que tengo».
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Mirando al otro lado de la mesa, Claudio apretó con fuerza la taza, con los nudillos pálidos y la mirada tormentosa por las emociones que luchaba por contener. Un atisbo de desesperación se deslizó en su voz cuando preguntó: «Pero tú eres extraordinaria. ¿Cómo podría un hombre corriente ser suficiente para ti?».
Maia levantó la vista, con voz suave pero firme. «Sr. Cooper, valoro la confianza por encima de todo, no el dinero ni la posición social. Él es uno de los pocos hombres en los que puedo confiar. Si ha venido a declararme sus sentimientos, lo siento, pero mi respuesta es no».
Al oír esto, Claudio sintió que toda su percepción de la realidad comenzaba a resquebrajarse. La idea de que Maia eligiera a alguien corriente era algo que simplemente no podía procesar.
De repente, su mente se desvió hacia la celebración de su último cumpleaños, recordando cómo otro hombre había logrado eclipsarlo con su sinceridad y su riqueza. —Tengo que preguntarlo… ¿Tu marido es el señor M?
Una sombra de desconcierto cruzó el rostro de Maia mientras miraba a Claudio. «No, no lo es. Mi marido lleva una vida sencilla. En cuanto al Sr. M, puede sonar extraño, pero ni siquiera sé quién es».
Un pesado silencio se apoderó de la mesa. Claudio se quedó allí sentado, incapaz de juzgar si Maia estaba ocultando algo o siendo absolutamente sincera. Elegido para heredar el Grupo Cooper, le resultaba casi imposible aceptar perder ante alguien sin prestigio. En su corazón, siempre se había imaginado a sí mismo como el único digno de ella.
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