Resurgiendo de las cenizas - Capítulo 867
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Capítulo 868
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Una ordenada fila de detonadores metálicos, firmemente sujetos en su interior, brillaba bajo la luz del techo.
La conmoción se apoderó del rostro de Maia, cuyos ojos se abrieron de par en par en un instante.
Estaba a apenas un metro de Vince, mientras Chris se cernía justo delante de ella, enfrentándose directamente a la amenaza. Ambos observaron el siniestro contorno de los explosivos y el pequeño mando a distancia que Vince apretaba en su puño.
Una inquietante quietud se apoderó de la habitación, densa y sofocante.
A Maia se le erizó la piel y todos los músculos de su cuerpo se tensaron.
Chris se movió rápidamente, deslizándose delante de ella, con un brazo hacia atrás, mientras su amplio cuerpo la protegía completamente de la línea de visión de Vince.
Fijó en Vince una mirada penetrante, con algo frío y peligroso brillando en sus ojos.
«Silencio». Vince se llevó un dedo a los labios, con una sonrisa torcida. «No hagas movimientos bruscos. No digas nada. Ni una palabra».
Su voz era baja, lo suficientemente alta como para que Maia y Chris la oyeran. Con el estrecho espacio entre ellos, Vince se aseguró de que Maia viera cada detalle, mientras que para todos los demás no parecía nada.
A través de este engaño, mantuvo a la multitud tranquila, convirtiendo a los inocentes espectadores en peones para acorralar a Maia.
Ese retorcido plan era su último y desesperado intento de obligarla a casarse con él.
Vince levantó el mando a distancia y lo mostró ante sus ojos mientras fijaba la mirada en Maia y Chris. «Ahora los dos me pertenecéis. Si os salís de la fila, juro que apretaré el botón».
Maia sintió una presión en el pecho, cada respiración más aguda que la anterior, como si el miedo mismo la estuviera envolviendo en espirales apretadas.
Centrando toda su atención en Maia, Vince habló con un tono desesperado.
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«Ahora me desprecias, lo veo. Pero ¿recuerdas los días en que todo entre nosotros era perfecto? Rosanna se interpuso entre nosotros. Sin ella, nunca te habría hecho daño».
Volvió a avanzar, con la voz cada vez más tensa.
«Ya no soy el mismo hombre. Mis sentimientos por ti lo consumen todo. Mírame, Maia. Día tras día, te esperaba fuera de MCN. Te envié mensajes, te llamé, intenté todo lo que se me ocurrió. Aun así, me ignoraste. ¿No puedes perdonarme? ¿Es demasiado pedir otra oportunidad? Solo dame una y te juro que lo arreglaré. Te daré una vida llena de felicidad y risas».
Maia no respondió nada, con el cuero cabelludo erizado por la tensión.
Cuanto más hablaba Vince, más enredadas e incoherentes se volvían sus palabras, dando vueltas sobre sí mismas. Se estaba desmoronando, su control sobre la realidad se desvanecía con cada frase, y un solo paso en falso podría desencadenar un desastre.
El mayor peligro no eran solo sus explosivos, sino el círculo de gente corriente que Vince había arrastrado sin saberlo a su locura, cuyas vidas pendían de un hilo junto con la de ella y la de Chris.
El brillo de los detonadores y el mando a distancia se grabaron en la mente de Maia, cada uno de ellos una promesa silenciosa de catástrofe. No sabía si Vince estaba montando una actuación retorcida o si realmente se había vuelto loco.
En cualquier caso, tanto ella como Chris sabían la verdad: cualquier acción precipitada acabaría en desastre.
A su alrededor, el restaurante seguía funcionando como si nada pasara. El alegre caos contrastaba con su crisis personal: grupos de personas esperaban en la entrada del restaurante de comida picante, llenando el aire de risas y charlas.
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