Resurgiendo de las cenizas - Capítulo 824
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Capítulo 825
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Las manos de Mariana temblaban, el pincel se le resbaló de los dedos y cayó al suelo con estrépito. Conocía ese rostro. ¿Cómo no iba a reconocerlo?
«¿Es esa… Nicola?», preguntó Mariana con voz aguda, incrédula. Dio dos pasos vacilantes hacia el lienzo de Maia, con el corazón latiéndole con fuerza.
Su reacción sorprendió a todos. «¿Cómo puedes conocer su rostro? Nicola falleció hace años. ¡Entonces eras una niña, es imposible que la hayas visto!». Sus palabras salieron precipitadamente, frenéticas, hasta que se le atragantaron en la garganta.
Sus ojos, ahora enrojecidos, se posaron en Chris. ¿Le había enseñado a Maia una foto de su madre?
Pero Chris le había confesado una vez que apenas recordaba el rostro de su madre, sin fotos que le refrescaran la memoria. Entonces, ¿cómo?
La mente de Mariana daba vueltas, y las preguntas se acumulaban. ¿Qué vinculaba a Maia con Chris? Apartó ese pensamiento, sin querer profundizar más en él.
Maia dejó el pincel con deliberada elegancia, con una leve sonrisa en los labios. —Tu reacción lo confirma —dijo con voz firme—. La pinté tal y como era. Nicola, ¿verdad? Un nombre que tiene peso, como un susurro del pasado.
Miró a Kiley, cuya expresión lívida —una mezcla de conmoción e incredulidad— ofrecía una prueba más. La mujer del lienzo de Maia era, sin lugar a dudas, la madre de Chris.
Maia había elegido pintar a Nicola para este duelo artístico precisamente para provocar esa reacción, para que quienes conocían su rostro la reconocieran.
Nicola, la madre de Chris, había sido muy cercana a la familia Cooper y había vivido con ellos durante algún tiempo, por lo que Kiley y Mariana la reconocerían al instante.
Volviéndose hacia el público y los jueces, Maia señaló su obra. «Esto es El amor eterno de una madre», dijo con voz suave pero clara. «Captura a una madre mirando a su hijo, con su amor eterno, velando por él incluso más allá del final de la vida».
La sala contuvo el aliento y luego estalló. Los aplausos resonaron como olas, implacables y cálidos.
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Nadie esperaba que Maia evocara a una mujer que nunca había conocido con tanta claridad.
Las lágrimas brillaban en los ojos del público. Algunos inclinaron la cabeza, secándose los sollozos con la manga. Vieron a sus propias madres en la obra de Maia, su amor como un resplandor constante que el tiempo no podía apagar.
La pintura de Mariana, aunque hábil, palidecía junto a la de Maia. No era solo la técnica: la obra de Maia transmitía una verdad cruda y sincera que cautivaba el alma.
Maia se volvió hacia Chris, con una sonrisa suave pero segura. «Chris, esto es para ti».
«¿Así que Maia creó el cuadro para este hombre?», murmuró alguien, con curiosidad en su tono.
«¿Qué está insinuando? ¿Está pintando a la madre de este caballero?».
El murmullo de las voces se intensificó, un suave zumbido de especulación.
Chris se quedó paralizado, como si le hubiera alcanzado un rayo, cuando oyó a Mariana y Maia mencionar un nombre que creía enterrado para siempre: Nicola Glyn.
Ese nombre, para él, era una melodía, el eco más dulce de una vida robada demasiado pronto. Una bala le había atravesado el cráneo años atrás, privándole del rostro de su madre, y la fría exclusión del Grupo Cooper le había despojado de sus fotografías. Sin embargo, su nombre permanecía, grabado en su corazón como un voto sagrado. Para él, era el nombre más hermoso del mundo.
Su mirada se fijó en el papel que sostenía Maia. La incredulidad luchaba con la esperanza mientras estudiaba la imagen. Exteriormente, se mantenía sereno, con los hombros rectos, pero sus ojos, enrojecidos, delataban la tormenta que se agitaba en su interior.
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