Resurgiendo de las cenizas - Capítulo 817
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Capítulo 818
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Mientras Mariana intentaba recuperar la compostura, Kiley permaneció a su lado. Su rostro no revelaba nada, pero sus ojos se agudizaron mientras estudiaba la imagen de Maia en la pantalla.
Sin decir una palabra, se dio la vuelta y comenzó a alejarse, con la mente dando vueltas sobre qué podría haber atraído a Claudius hacia alguien como Maia.
Al ver que Kiley se alejaba, Mariana corrió tras ella.
Ninguna de las dos se dio cuenta de que Raegan, que iba detrás, se había puesto pálida y apretaba los puños con fuerza.
Raegan estaba viendo a Maia por segunda vez. Su mirada permaneció fija en la pantalla, donde el rostro amable de Maia aparecía tranquilo y sereno. Cada respiración le resultaba más difícil, como si unas manos invisibles le apretaran el corazón.
Ni siquiera un día antes, Raegan estaba convencida de que el aspecto de Maia no tenía nada de especial y que su figura era menos notable que la suya. Esta vez, sin embargo…
Bañada por el resplandor de todos los focos, Maia se mantenía con un porte que parecía atraer la mirada de todos los que entraban. Había una fuerza innegable en su forma de estar sola, irradiando dignidad e independencia.
Solo con verla entrar, el corazón de Raegan se aceleró, enredado en la misma tormenta que apenas se había calmado antes. La idea de que el líder de The Mask pudiera haberse enamorado de Maia la invadió de repente, presionando sus pensamientos como un cielo cubierto de nubes de tormenta. Raegan no podía dejar de darle vueltas a la pregunta, preguntándose una y otra vez si el líder realmente se había enamorado de Maia.
Después de todo, el pasado de Maia estaba marcado por el tiempo que había pasado entre rejas. ¿Qué tenía ella que pudiera estar a la altura del escurridizo líder de The Mask?
Una mezcla de envidia y frustración se apoderó de Raegan, inundándola de una amargura que luchaba por reprimir.
—Raegan, ¿te vas a quedar ahí parada? —le gritó Kiley, sacándola de su ensimismamiento—. ¡Vamos, tenemos que darnos prisa!
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Ese fuerte empujón devolvió a Raegan a la realidad. Respondió rápidamente, acelerando el paso para reunirse con los demás.
Mientras tanto, el personal del interior ya se había puesto en marcha, asegurándose de que todo estuviera perfecto para lo que estaba a punto de suceder. Las instrucciones de Grover les llevaron a montar un , un espacio despejado frente al famoso cuadro Rebirth, acordonando la zona para evitar que nadie perturbara el concurso.
Los guardias de seguridad se alinearon en el perímetro a intervalos cortos, formando una barrera humana para proteger el evento. A un lado, los asientos de los jueces se habían dispuesto en un grupo ordenado, lo que permitía al panel tener una vista directa de la competición.
Varios miembros del público susurraban con admiración al reconocer a figuras destacadas entre los jueces: artistas aclamados, directores de las mejores galerías y coleccionistas influyentes. En la primera fila se encontraban profesores veteranos de la Real Academia de las Artes de Sceibar, el director del Museo Real de Arte, el presidente de la Asociación de Coleccionistas de Minglewood y un puñado de blogueros de arte cuyas opiniones marcaban el rumbo del mundo del arte.
Nadie podía negar el peso que estos jueces aportaban; su sola presencia prometía un concurso honesto y justo.
Al poco tiempo, Mariana y su séquito cruzaron al área de la competencia, atrayendo todas las miradas hacia ellos. Su entrada encendió una nueva ola de emoción entre la multitud.
La voz de un joven admirador resonó: «¡Mariana, tú puedes! ¡Tus obras siempre me inspiran!».
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