Resurgiendo de las cenizas - Capítulo 800
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Capítulo 800
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Una sonrisa tranquila se dibujó en los labios de Maia mientras respondía con un tono sereno y firme: «Aún no he tomado una decisión. Cuando lo haga, te lo haré saber».
Las sombras parpadearon en los ojos de Kiley, y su boca se curvó en una sonrisa vaga e indescifrable. «No hay prisa», respondió, con su voz tan suave y distante como siempre. Sus palabras, apenas más que un susurro, flotaron en el aire. Algo frío y afilado como una navaja acechaba detrás de esa apariencia serena, lo suficiente como para inquietar a todos los que la escuchaban.
Raegan soltó un bufido desdeñoso, con una sonrisa burlona en los labios. «Actúas como si el trofeo ya fuera tuyo, Maia».
Todo lo que sabía sobre Mariana se lo había contado Kiley. A pesar de ser tan joven, la colección de galardones nacionales de Mariana hablaba por sí sola. Incluso la familia Cooper la trataba como la heredera indiscutible de su legado artístico.
Raegan, que era muy amiga de Kiley, podía sentir la confusión interior de su amiga, por mucho que esta intentara parecer tranquila. Una cosa estaba clara: cualquiera que se cruzara en el camino de Kiley nunca tenía la suerte de su lado. Ese pensamiento hizo que Raegan arquease una ceja, con un destello de desdén en la mirada.
Chris, de pie en silencio junto a Maia, le lanzó a Raegan una mirada tan breve que casi pasó desapercibida.
La curiosidad de la multitud se disparó, y fragmentos de conversaciones en voz baja se arremolinaban a su alrededor.
«¿Por qué Maia está tan segura? ¿De verdad cree que es una prodigio?».
«Apuesto a que solo está poniendo buena cara. En un entorno como este, afirmar ser Matias Watts es una imprudencia. ¿No le da miedo que la descubran?».
«¡No me digas! Parece que cree que la victoria está garantizada. ¿Quién le ha dicho que es invencible?».
Alguien entre la multitud intervino: «A mí me parece que solo está salvando las apariencias, ganando tiempo porque tiene miedo de hablar y aún más miedo de perder».
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Las risitas y las miradas burlonas se dirigían directamente a Maia, con intenciones claras como el agua.
Aun así, Maia no perdió la compostura. Su mirada firme se desvió y se posó en Mariana.
Las burlas que flotaban en la sala parecieron poner a Mariana de mejor humor. No dudó en lanzar un comentario mordaz. «¡Oh, Maia, deja de fingir! ¿Todavía intentas…?»
¿Pensar en algo ingenioso? Hablas mucho, pero ¿realmente puedes ganar?».
Tranquila pero segura, Maia respondió: «¿Recuerdas que ya he ganado antes, verdad? La que fue derrotada por mí eres tú».
Las palabras dieron en el blanco, dejando a Mariana momentáneamente paralizada, como si algo pesado se le hubiera atascado en el pecho. La rabia brilló en sus ojos mientras luchaba por mantener la compostura. Con el dedo apuntando a Maia, casi siseó: «¡Ya verás! Si mañana te echas atrás, ¡te arrepentirás!».
Maia esbozó una sonrisa irónica. «Oh, estaré allí. Te doy mi palabra». Su tono era casi juguetón. «Pero si las cosas salen como la última vez, no te pongas a llorar».
Hiriente por el comentario, Mariana se enfureció. «¿A quién llamas llorona?».
Al ver la furia apenas contenida en el rostro de Mariana, Maia decidió que no valía la pena continuar. Una leve risa se le escapó al perder interés en la exposición, y se alejó con un paso fácil y elegante. Salió con aplomo, mostrando que no le importaban en absoluto los susurros y las miradas.
A sus espaldas, Mariana apretó los puños con tanta fuerza que sus uñas dejaron marcas en forma de media luna en las palmas de las manos. Unos recordatorios constantes resonaban en su mente: ella era la prodigio con premios que lo demostraban, y Maia nunca podría superarla.
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