Resurgiendo de las cenizas - Capítulo 76
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Capítulo 76:
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El instinto la hizo girar, dispuesta a volver sobre sus pasos. Pero en el momento en que se dio la vuelta, unas sombras se desprendieron de la oscuridad que tenía delante.
Las figuras vestidas de negro se acercaron, con movimientos silenciosos y deliberados, mezclándose con la noche.
No se habían atrevido a hacer ningún movimiento contra The Underbarrel. Pero ahora, sin multitudes alrededor y sin testigos a la vista, vieron su oportunidad y no tenían intención de dejarla escapar.
El hombre que los lideraba esbozó una sonrisa torcida. «No queremos maltratar a una chica guapa como tú. Sé inteligente y ven sin oponer resistencia».
Maia no se movió, con las manos escondidas en los bolsillos. «¿Y qué es lo que queréis exactamente?».
«Ya lo sabrás muy pronto», dijo él, ampliando su sonrisa burlona.
«Entendido», respondió Maia con tono despreocupado.
Suponiendo que había dejado de resistirse, el líder asintió con la cabeza a sus compañeros.
Dos hombres dieron un paso adelante, acortando la distancia sin decir palabra.
Justo cuando iban a agarrarla…
Maia se movió como un rayo, agarró la muñeca de uno de los hombres y se la torció hacia atrás con tanta fuerza que le hizo gritar. Al mismo tiempo, golpeó con el pie el pecho del segundo hombre, haciéndolo caer al suelo, y luego lo inmovilizó con el talón.
Sus movimientos fueron tan rápidos que el líder se quedó paralizado, incrédulo. Solo cuando el callejón se llenó con los gemidos de dolor de sus hombres volvió a la realidad.
Maia levantó la cabeza y sus ojos fríos y cristalinos brillaron con intensidad en la oscuridad. —Bueno, nunca dije que no me defendería, ¿verdad?
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Los nervios del líder flaquearon. Sus dos hombres habían sido derribados en un instante por una sola mujer.
Era casi imposible de creer.
«¡Idiotas, levantaos!», gritó frustrado.
Pero por mucho que lo intentaban, los dos hombres no podían siquiera levantarse del suelo.
«¡Mierda!», maldijo el líder, lanzándose contra Maia con el puño en alto.
En la otra mano, escondida a la espalda, empuñaba el mango de un cuchillo reluciente.
«¡Cuidado!».
Maia acababa de moverse para bloquear el puñetazo cuando alguien la embistió por un lado, haciéndola perder el equilibrio, pero también salvándola del destello del cuchillo que se había dirigido directamente a sus costillas.
Una mano fría y firme le agarró la muñeca. «¡Ven conmigo!».
Antes de que pudiera reaccionar, Maia se vio arrastrada hacia la oscuridad. Detrás de ellos, el líder de los atacantes rugió furioso: «¡No dejéis que se escapen!».
Sus pasos resonaban contra el pavimento mientras salían corriendo del callejón, y las tenues luces de la calle proyectaban manchas de luz sobre el suelo. Solo entonces Maia pudo ver claramente a su salvador, un chico que apenas había entrado en la adolescencia.
Maia se soltó y se detuvo de repente.
Confuso, el chico se dio la vuelta, con los ojos muy abiertos, y el resplandor se reflejó en su mirada clara y brillante.
Algo en su rostro llamó la atención de Maia: un ligero parecido y una sensación de familiaridad que no conseguía identificar.
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