Resurgiendo de las cenizas - Capítulo 710
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Capítulo 710:
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Justo enfrente de la cama había un hombre gordo de mediana edad con una barriga prominente. Una sonrisa enfermiza se dibujó en su rostro.
De entre todas las personas, tenía que ser él: ¡Axell!
Rosanna se quedó paralizada. Se le cortó la respiración y el terror se reflejó en sus ojos, grandes y desconcertados. Sentía como si unas manos invisibles le apretaran la garganta.
Su voz temblaba cuando preguntó: «¿Cómo… cómo he acabado aquí?».
Se debatió contra las ataduras, presa del pánico. Las correas rojas se le clavaban con fuerza en las muñecas y su garganta seca apenas le permitía articular palabra.
«¡Axell, suéltame!».
«Yo que tú no me molestaría en luchar». Axell se acercó, recorriendo descaradamente su cuerpo con la mirada. Su sonrisa era cruel y maliciosa. «¡En el estado en que estás, no hay escapatoria!».
Soltó una risa ahogada y, sin previo aviso, le arrancó la toalla que la cubría.
Rosanna bajó la mirada y se sintió horrorizada al ver que no llevaba nada puesto.
En un instante, se le fue todo el color de la cara.
Una abrumadora ola de vergüenza la embistió, envolviéndola por completo. Se sintió como si se estuviera ahogando en ella.
Recordaba claramente estar a salvo en casa, sentada ante una deliciosa comida preparada con amor por sus padres. Todo había sido tan cálido, tan normal. ¿Cómo habían degenerado las cosas hasta convertirse en esta pesadilla?
«No, eso no es posible…». Sus pensamientos giraban descontroladamente, en una tormenta de incredulidad. «Recuerdo… Estaba en casa, cenando con mamá y papá…».
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«¿Cenando?», Axell soltó una risa lenta y burlona, como si disfrutara de su confusión. «Naturalmente, primero tenían que llenarte el estómago, para que tuvieras fuerzas suficientes para entretenerme».
Rosanna levantó la cabeza bruscamente, con la voz quebrada y áspera. «¡Eso es mentira! ¡Mis padres nunca harían algo así!».
«¿Por qué no?», la interrumpió Axell con una sonrisa retorcida y fría. «Entonces sigue, explícame cómo acabaste aquí. No puedes, ¿verdad? Eso es porque te echaron algo en la comida».
De repente, cogió una pequeña botella de la mesita de noche y la levantó. «¿Reconoces esto?».
La exquisita botella de cristal brillaba en la penumbra, con restos de líquido transparente aún adheridos a su superficie cristalina.
El pánico se apoderó del pecho de Rosanna y su corazón se hundió en un abismo de terror. La comprensión la golpeó como agua helada: nunca olvidaría un líquido así.
Era el mismo frasco de medicina que Mariana le había dado, pero nunca imaginó que Axell también tuviera uno.
Axell agitó ligeramente el frasco, con una sonrisa siniestra en los labios. «No te lo terminaste en el último banquete. Ahora mismo, mientras estabas inconsciente, me he asegurado de hacerte tragar más».
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