Resurgiendo de las cenizas - Capítulo 599
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Capítulo 599
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Con todo el alboroto causado por la irrupción de Maxwell y Chris, la canción de amor había quedado a medias.
Elvira se negó a dejar que esos invitados inesperados arruinaran lo que había planeado. Se acercó a la pantalla, pulsó «play» y se volvió con una amplia sonrisa hacia Maia y Roland. «Seguid, vosotros dos. Aún no he oído el final de la canción».
Era su oportunidad de oro para que Chris fuera testigo de lo bien que encajaban su hermano y Maia.
Mientras la música volvía a llenar la habitación, Roland entrecerró los ojos y miró a Chris desde el otro lado de la mesa. Con un ligero gesto de desprecio, se acercó a Maia, se sentó y extendió la mano hacia el micrófono. Al ver la escena, Elvira casi se le llenan los ojos de lágrimas de alegría. Por fin, después de todo su esfuerzo, su hermano parecía estar dando un paso hacia Maia.
Sin embargo, esa esperanza se desvaneció cuando una mano grande se abalanzó y agarró el micrófono antes de que Roland pudiera cogerlo.
Sorprendido, Roland levantó la vista. Allí estaba Chris, con una sonrisa pícara en los labios. —Yo también conozco esta canción —dijo con voz suave y firme. Volviéndose hacia Maia, le preguntó—: Srta. Watson, ¿le importaría cantarla conmigo?
Ella lo miró a los ojos y negó ligeramente con la cabeza, dándole a entender que no le importaba.
Al ver su respuesta, Chris rodeó la mesa y se sentó junto a Maia. Con tono indiferente, se dirigió a Roland: «¿Te importaría cambiarte?».
Chris no esperó respuesta. Empujó a Roland a un lado y ocupó él mismo el espacio vacío.
—¡Tú! —comenzó Roland, apretando los puños, pero la multitud le impidió montar una escena. Tragándose su ira, se sentó más lejos.
La cercanía de Chris se transmitía a través del fino tejido y Maia podía sentir su calor. Se volvió hacia él, sus ojos se encontraron con los de él y captó la determinación juguetona de su sonrisa.
Un rubor se extendió por las mejillas de Maia, que rápidamente apartó la mirada.
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Sin darse cuenta, apretó un poco más el micrófono. Elvira, que observaba la escena, apenas podía contener su irritación. Estaba dispuesta a arrebatarle el micrófono a Chris.
Antes de que pudiera levantarse, Maxwell se abalanzó sobre ella y la empujó hacia su asiento.
—Señorita Cullen, ¿le apetece tomar una copa conmigo? ¡Yo también soy de Drakmire! —Apenas tuvo tiempo de procesar sus palabras antes de que él le entregara una copa.
—Tú…
En ese momento, Pattie se levantó, volvió a poner la canción de amor y bajó las luces, creando de nuevo el ambiente. La melodía comenzó una vez más.
La voz resonante de Chris, rica y cautivadora, envolvió a Maia mientras la miraba con afecto sincero. Extendió la mano y entrelazó los dedos con los de ella, un gesto que la transportó al vals que habían bailado bajo el resplandor de las estrellas la noche anterior. Chris no solo se movía con la elegancia de un bailarín experimentado, sino que su voz también transmitía el alma de un cantante nato.
Maia se sintió hechizada por la tierna canción de amor que él tejía, cuya melodía envolvía su corazón. Envalentonada, levantó el micrófono y se unió a él.
«Mi primer amor, eres cada respiro que tomo. Eres cada paso que doy. Y yo, yo quiero compartir todo mi amor contigo… Y tus ojos me dicen cuánto me quieres. Oh, sí, siempre serás mi amor infinito…».
Sus voces se fundieron en una armonía que parecía hacer eco de lo divino. Con cada mirada furtiva, Maia se encontraba con los cálidos y adoradores ojos de Chris, su pulso se aceleraba y un rubor se extendía por sus mejillas. Afortunadamente, la canción ocultó su nerviosismo.
«¡Qué dúo tan impresionante!», exclamó Maxwell, con voz rebosante de admiración.
A su lado, Elvira apretó la mandíbula, y un destello de frustración delató su compostura. Aunque reconocía a regañadientes que la voz de Chris complementaba la de Maia, tal vez incluso superando a la de su hermano Roland, aunque solo fuera por un susurro, se negaba a admitirlo en voz alta.
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