Resurgiendo de las cenizas - Capítulo 583
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Capítulo 583
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Por un instante, el tiempo pareció detenerse.
Richard y Sandra se quedaron paralizados, como si sus pies estuvieran clavados al suelo, totalmente desprevenidos.
Vince apretó la mandíbula, con los ojos rebosantes de odio sin filtro. «Desde el principio, Maia fue la única que siempre quise». El salón se sumió en un silencio tan denso que parecía que las propias paredes contuvieran la respiración.
El rostro de Richard se nubló en un instante, mientras que la tez de Sandra se volvió de un blanco fantasmal. Se tambaleó donde estaba, agarrándose al sofá con fuerza, como si el suelo bajo sus pies hubiera perdido su solidez.
Vince los miró con fría indiferencia y soltó una risa seca, sin humor y cortante. —No vuelvas a mencionar a Rosanna en mi presencia. Solo oír su nombre me pone los pelos de punta. ¿Tengo que decírtelo claramente? La familia Morgan ha tocado fondo.
Su mirada se agudizó, ya no eran ojos, sino dagas que atravesaban el orgullo de Richard. —Tu negocio pende de un hilo, tus aliados te han abandonado, tu hijo está entre rejas y el nombre de tu hija está arrastrado por el barro. Tu dignidad, tu influencia… ¡Se han esfumado como el humo en el viento!
Cada palabra caía con el peso de un martillo, cada frase era como sal en una herida abierta.
Los rasgos de Richard se crisparon, su pecho subía y bajaba bajo un peso invisible, como si el aire mismo se hubiera vuelto en su contra.
—¡Tú! —logró decir, levantando una mano temblorosa hacia Vince, pero esta se detuvo a mitad de camino y cayó sin fuerza mientras él se agarraba al borde de la mesa para mantener lo poco que quedaba de su orgullo destrozado.
Quería gritarle, recuperar algo de dignidad, pero en lo más profundo de su corazón sabía que cada palabra que Vince había lanzado era una verdad amarga e innegable.
No se trataba solo de la pérdida de la fortuna, era un desmoronamiento total. Su reputación, su legado, incluso su fuerza interior se habían hecho añicos como cristales bajo sus pies.
Las lágrimas de Sandra fluían libremente ahora; su voz estaba tensa, pero aún se aferraba a la esperanza. —Vince… nuestras familias estuvieron unidas por un compromiso. Tú y Rosanna, en aquel entonces…
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—Basta —la interrumpió Vince, con voz más fría que el hielo y los ojos llenos de desprecio—. ¡Debí de estar ciego para dejarme engañar por esa serpiente, Rosanna! Aunque te arrodillaras y me suplicaras, no la tocaría, ni ahora ni nunca.
Ayer mismo la había oído jadear descaradamente bajo otro hombre, sus propios oídos habían sido testigos. La había visto, enredada con un hombre mayor y poco atractivo, ¡delante de sus propios ojos!
En otro tiempo la había puesto en un pedestal, creyéndola pura y gentil, una muñeca de porcelana que el mundo no había tocado jamás. ¿Quién podría haber imaginado que llevaba todo ese tiempo tejiendo una red de engaños? Y nada menos que en su propio cumpleaños, mientras él seguía bajo el mismo techo, ni siquiera había podido esperar para lanzarse a los brazos de otro.
Era repugnante.
La idea de su inocencia fingida, sus ojos llenos de mentiras, le revolvió el estómago a Vince.
Sus palabras aplastaron lo poco que quedaba de la frágil esperanza de Sandra. Ella se tambaleó, como si le hubieran golpeado el alma, y no pudo articular palabra.
El rostro de Richard se había puesto color ceniza y permaneció en silencio durante un largo y pesado momento antes de hablar, con una voz que era poco más que un susurro. —Pero… sabes que Maia ya está casada.
Recordó la llamada que había hecho esa mañana. Maia ni siquiera había contestado. Su silencio se había enroscado en su pecho como una cadena, dejándole un dolor agudo que no había desaparecido. —Y además… —se le quebró la voz—. Maia ha cambiado. Se ha vuelto distante, inaccesible.
Pero las palabras no le salían. Dejó la frase en el aire, como un cuadro a medio terminar.
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