Resurgiendo de las cenizas - Capítulo 567
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Capítulo 567
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El sofá había sido apartado, dejando un amplio espacio en el centro. El suelo brillaba, impecable y luminoso bajo el resplandor.
Hilos dorados colgaban del techo, salpicados de pequeñas estrellas, como una galaxia flotando justo encima de su cabeza.
El corazón de Maia dio un vuelco. Antes de que pudiera comprender lo que estaba pasando, una figura salió del otro lado de la habitación.
Era Chris.
Llevaba un elegante traje blanco, hecho a medida para adaptarse a sus anchos hombros y su delgada complexión.
Su habitual aire desenfadado y relajado había desaparecido por completo. Esa noche se comportaba con una elegancia tranquila, como un caballero salido de un retrato atemporal.
Chris hizo una ligera reverencia, con los ojos cálidos y brillantes como un cielo lleno de estrellas. Su voz era profunda y cautivadora cuando dijo: «Feliz cumpleaños, mi amor».
Cada movimiento era fluido, sus palabras pulidas, como si hubiera ensayado este momento una y otra vez.
Maia se quedó allí, atónita. Se había dicho a sí misma que a Chris no le importaba su cumpleaños. Nunca imaginó que haría algo tan grandioso.
La decepción que había pesado en su corazón se desvaneció, barrida por una avalancha de sentimientos que no podía expresar con palabras.
Antes de que pudiera recomponerse, Chris estaba frente a ella.
Sus largas pestañas revoloteaban como alas de cuervo, y sus ojos reflejaban la suave calidez del primer deshielo de la primavera, llenos de cariño.
Extendió la mano, con la palma abierta, e inclinando ligeramente la cabeza, le preguntó: «¿Me concedes el honor de bailar?».
Maia dudó, todavía aturdida por la sorpresa. Pero conmovida por el esfuerzo que él había hecho, deslizó su mano en la de él.
Su mano era cálida y firme, y desprendía una fuerza tranquila que calmó sus nervios.
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En ese momento, comenzó a sonar la música, una melodía que ella conocía bien. Era un vals clásico.
La melodía flotaba por la sala como un río suave y fluido. Chris se movía con una gracia impecable. Su ritmo era constante, cada paso claro y exacto, sin rastro de duda o torpeza.
La guiaba con suavidad, llevándola a girar, dar pasos hacia delante y hacia atrás. Su mano en la cintura de ella era firme pero suave, sincronizándose perfectamente con sus movimientos.
Por primera vez, Maia consiguió bailar sin tropezar, a pesar de que no se le daba muy bien.
Su aliento era suave, con un ligero aroma a menta y cedro, que la envolvía como un suave abrazo.
Cada paso cercano, cada giro, cada mirada rápida le aceleraba el corazón y le hacía perder el ritmo.
Parecía que no se deslizaban por el suelo, sino que flotaban sobre una nube invisible.
Se movían en perfecta sincronía, con los ojos y los pasos coincidiendo, como si ese baile hubiera sido pensado para ellos desde el principio.
Cuando la última nota del vals se desvaneció, mantuvieron la última pose, congelados en el tiempo.
Maia permaneció envuelta en los brazos de Chris, con los dedos entrelazados y los rostros a solo un suspiro de distancia.
Entonces… ¡Clic! Se oyó un suave ruido cerca.
Maia se giró instintivamente y vio una cámara Polaroid sobre la mesa de centro, que expulsaba lentamente una foto recién tomada.
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