Resurgiendo de las cenizas - Capítulo 52
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Capítulo 52:
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Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras miraba impotente a Sandra y Richard, con el rostro lleno de frustración silenciosa.
Richard vio su angustia e inmediatamente intervino con voz severa. —Vince, ¿por qué le estás preguntando a Maia nada sobre tu matrimonio con Rosanna?
Maia tampoco entendía nada. ¿No se suponía que él estaba locamente enamorado de Rosanna? ¿Por qué la estaba metiendo en esto?
A pesar de la tensión, Vince mantuvo la calma. Sonrió, con un comportamiento aún mesurado. —Richard, no me malinterpretes. Rosanna solo ha dicho que solo se sentiría bien con el compromiso si Maia nos daba su bendición. No quiero que esa incertidumbre se cierna sobre ella. Así que…
Luego se volvió hacia Maia y la miró fijamente. —Maia, ¿nos das tu bendición?
Todas las miradas se posaron en Maia.
Maia soltó una risa fría. A los Morgan y a Vince les encantaba su pequeña actuación, fingir que sus opiniones importaban solo para calmar su propia culpa.
Como si hacerse los santos fuera a borrar el pasado. ¿A quién querían engañar? Si iban a seguir con ese juego, Maia estaba más que dispuesta a destrozar su pequeño escenario.
Sus dedos tamborileaban suavemente sobre la mesa, sin revelar nada en su rostro. Luego se encontró con la mirada de Vince y, con los labios ligeramente curvados, habló en un tono tranquilo. —¿Y si no lo hago?
Toda la familia Morgan se quedó inmóvil, con el rostro paralizado.
Jarrod se levantó de un salto de la silla y dio un golpe en la mesa. —Te hemos pedido tu opinión por cortesía, Maia. No empieces a pensar que significaba más que eso. La boda entre Vince y Rosanna se decidió hace mucho tiempo. Tú no tienes nada que ver en ella.
Al otro lado, Rosanna se secaba los ojos y sollozaba como alguien con el corazón roto. —Maia… ¿estás diciendo que no porque sigues enamorada de Vince? ¿Es por eso que no puedes darnos tu bendición?
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Vince no había apartado la mirada de Maia desde entonces. Una pregunta le rondaba por la cabeza. ¿Había una parte de ella que no había superado la ruptura? ¿Podía ser que su frialdad de antes fuera solo una actuación? ¿Una muestra mezquina de celos?
Con una mirada de reojo, Maia se volvió hacia Rosanna. Una risa aguda y sin humor escapó de sus labios. —¿No es toda esta cena tu idea de un espectáculo, Rosanna? Me trajiste aquí para alardear de lo que tienes. Pero déjame dejar algo claro. No me importa en absoluto tu relación ni tus planes de boda. Deja de fingir ser la víctima, buscando compasión. No he olvidado por qué he venido aquí. Pasemos a lo importante si ya has terminado de actuar».
Esa frase atravesó la imagen suave e indefensa de Rosanna como una navaja.
Sus dedos se cerraron en puños apretados a los lados.
Todo lo que Rosanna había construido —su orgullo, su felicidad— dependía de la miseria de Maia. Quería que se sentara en silencio y la viera mientras le arrebataba hasta la última cosa que Maia había apreciado alguna vez.
Durante diecisiete años, Maia había vivido rodeada de lujos bajo el apellido Morgan. Rosanna creía que la vida pasada de Maia debería haber sido la suya. ¿Sabía Maia cómo había sobrevivido Rosanna todos esos años?
¿Por qué Maia había tenido una vida mejor?
En su corazón, Rosanna siempre había creído que Maia había recibido lo que se merecía.
Pero oír a Maia decir que nada de eso importaba… Eso le dolió más que nada.
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