Resurgiendo de las cenizas - Capítulo 336
✨ Nuevas novelas cada semana, y capítulos liberados/nuevos tres veces por semana.
💬 ¿Tienes una novela en mente? ¡Pídela en nuestra comunidad!
🌟 Únete a la comunidad de WhatsApp
📱 Para guardarnos en tus favoritos, toca el menú del navegador y selecciona “Añadir a la pantalla de inicio” (para dispositivos móviles).
Capítulo 336:
🍙🍙 🍙 🍙 🍙
En cuestión de segundos, el suelo quedó cubierto por una nevada de páginas rotas: recuerdos, sueños, palabras… todo reducido a basura.
La mente de Ethan resonaba con la voz de Maia. «Siempre estaré aquí para ti. Si alguna vez sientes que es demasiado, no dudes en llamarme».
Pero era su primer día. ¿Cómo podía causarle ya problemas?
«¡Parad! ¡Parad!». Las palabras brotaron por fin de su boca. Su voz se quebró bajo el peso de la desesperación. Se abalanzó sobre sus libros con los brazos extendidos, pero los estudiantes se los quitaban, lanzándolos como si fueran juguetes.
Uno de ellos atrapó un libro y lo rompió con una sonrisa de satisfacción.
«¡Vamos, ven a cogerlo!».
Sonó el timbre, como un martillo que ponía fin a la locura.
Solo entonces la multitud se dispersó, volviendo a sus asientos con caras pintadas de inocencia fingida.
El profesor entró y se detuvo al ver el caos. Las páginas rotas cubrían el suelo como hojas de otoño después de una tormenta. Sus ojos se oscurecieron. Se agachó para recoger los trozos, luego se puso de pie y recorrió la sala con una mirada de acero.
«¿Quién ha hecho esto? ¿Romper libros? Si no estáis aquí para aprender, podéis iros».
Sin perder el ritmo, Melanie señaló a Ethan. Su voz era fría y segura. «Ha sido él. Él lo ha hecho».
—¡Sí! ¡Es él! —intervino otro con entusiasmo—. Todos lo podemos confirmar.
Como una inundación que rompe un dique, las mentiras brotaron por todas partes.
«Se volvió loco y rompió los libros él mismo».
«Alguien como él no debería estar en nuestra clase».
«Ni siquiera está aprendiendo. Solo nos distrae al resto. ¡Por favor, echadle!».
Encuentra más en ɴσνє𝓁α𝓼4ƒα𝓷.c♡𝓂 antes que nadie
A Ethan le ardían los ojos. Se le hizo un nudo en la garganta y apenas pudo susurrar: «No… no fui yo…».
Pero ¿cómo podía demostrarlo? Sus palabras se vieron superadas en número y en fuerza.
El profesor, mirando a Ethan, el rostro desconocido en medio de la tormenta en el aula, sintió cómo la frustración le invadía el pecho. Frunció el ceño.
«Estás interrumpiendo la clase. Fuera. Quédate en el pasillo hasta que te digan lo contrario».
A Ethan se le hizo un nudo en la garganta. Su visión se nubló mientras se levantaba lentamente, con la cabeza gacha, y salía del aula en silencio.
Melanie, triunfante, sacó su teléfono y le hizo unas fotos a Ethan por la espalda mientras se marchaba. Se las envió a Mariana.
«¡Mariana, mira! ¡Qué patético está!».
Mariana, aunque no se sorprendió mucho —sabía que Melanie no toleraría a un compañero de clase nacido en un barrio marginal—, no esperaba que lo echara tan rápido. Aun así, le venía muy bien.
«No dejes que tu padre se entere», respondió.
«¡Oh, relájate! ¿Por qué sacarlo ahora? ¿Qué va a hacer, morderme la cabeza?», respondió Melanie con indiferencia.
Aunque el nombre de Hurst le hizo saltar el corazón, Melanie lo descartó con la arrogancia de alguien que cree que puede salirse con la suya.
Después de todo, ¿por qué un hombre como Hurst iba a perder siquiera un segundo en alguien de los barrios bajos?
La luz del sol se filtraba a través de las ramas, proyectando sombras irregulares en el suelo. A medida que la luz se movía, el aire se volvía más cálido.
Ethan llevaba media hora de castigo fuera del aula. El sudor comenzó a formarse en su frente y a gotear lentamente.
No entendía por qué el profesor confiaba en los demás alumnos sin comprobar los hechos. Lo que más le desconcertaba era la fría acogida de sus compañeros. Acababa de llegar y ya sentía que todos tenían algo en su contra.
.
.
.