Resurgiendo de las cenizas. - Capítulo 1137
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Capítulo 1137:
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Por fin, Zoey empujó un panel situado encima de su cabeza y la luz del sol entró a raudales, iluminando la escalera.
Cuando Maia levantó la vista en el rellano, descubrió que habían salido a una azotea oculta, cubierta por una espesa hiedra que la ocultaba por completo del mundo exterior.
En el centro había una pequeña cabaña en ruinas, que parecía fuera de lugar, como si la hubieran trasladado allí desde otro sitio.
«Toda una sorpresa, ¿verdad? Nadie imaginaría que la hiedra que planté se convertiría en un escudo para este lugar, ni que he conseguido crear un refugio secreto detrás de todo ello». Los ojos de Zoey brillaban con orgullo mientras revelaba lo que había construido.
«Bajo estos muros de prisión, construí otra capa, ocultando la casa de madera donde respiré por primera vez. Es como pelar una cebolla, cada parte esconde la siguiente».
Frente a Maia, extendió los brazos como para abrazar todo el lugar. «Bienvenida al núcleo de mis muchas capas».
Después de hablar, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la vieja casa de madera, con pasos firmes y deliberados.
El sol se filtraba en fragmentos de luz y sombra, desgarrados por las hojas, y los trozos colgaban como una frágil cortina con forma de rosa.
«Nunca fueron los demás quienes me encerraron». Zoey se alejó de Maia, quedándose de pie en el centro del pálido rayo. Sus palabras fueron tranquilas, como si solo le hablara a la brisa. «Es mi propio corazón el que me mantiene atrapada aquí».
Hizo una pausa y esbozó una sonrisa burlona. «Y tú, tú serás la única en todos estos años que tendrá derecho a vislumbrar mi corazón». Su voz transmitía tristeza, débil y fría, como gotas de lluvia que caían en lo más profundo del alma.
Maia se quedó paralizada por un momento, sorprendida. Sus ojos siguieron la esbelta silueta de Zoey, alargada por la luz y las sombras entrecortadas.
La soledad y el dolor se apretaron contra la boca de Maia. Pero su garganta se cerró y las palabras que quería soltar quedaron aplastadas bajo algo tierno pero cortante. Se quedó en silencio.
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En ese instante, Maia vislumbró una faceta de Zoey que nunca antes había visto.
Zoey siempre se había mantenido erguida, llena de orgullo, una mujer de habilidades excepcionales. Maia se preguntó qué tormentas habría tenido que soportar Zoey para encerrarse en sí misma de forma tan silenciosa.
Para Zoey, tal vez el mundo, por muy amplio que fuera, siempre había sido como una jaula.
—Maia, entra —dijo Zoey, extendiendo la mano y empujando la puerta de madera de la cabaña.
La puerta crujió en sus bisagras, temblando como si fuera a derrumbarse en cualquier momento.
—Zoey, tu apellido es Cooper —Maia levantó la cabeza y estudió el llamativo perfil de Zoey con ojos desconcertados—. Eras la hija más dotada de la familia Cooper hace dos décadas. ¿Cómo puede ser esta pobre cabaña tu hogar?
—No, Maia… ¿Sabes por qué me preocupé por ti cuando nos conocimos, por qué te salvé de aquellos prisioneros que querían hacerte daño? —Zoey se giró, con una leve sonrisa en los labios y las cejas arqueadas—.
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