No me dejes, mi querida mentirosa - Capítulo 133
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Capítulo 133:
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«Adelante», respondió con indiferencia fingida. La puerta se abrió y apareció Margaret, flanqueada por dos rostros desconocidos, con expresiones de desprecio.
Nyla arqueó una ceja ante la intrusión. Al parecer, los problemas habían llegado.
«No puedo creer que te atrevas a aparecer por aquí», espetó Margaret, con los ojos brillantes de odio indisfarçable.
Nyla la miró con fría indiferencia. «¿Necesitas algo?».
Una sonrisa maliciosa torció los rasgos de Margaret. —Oh, sí. Se acerca el evento anual de la empresa. ¿Por qué no bajas y preparas el lugar?
Una risa suave e incrédula escapó de los labios de Nyla. —Encargaré a alguien que se encargue de ello.
—NO. He dicho que tú —la voz de Margaret tenía el tono agudo del orgullo herido. Sus cinco años en la empresa le habían inculcado un sentido de superioridad que nadie se atrevía a desafiar. El silencio de Ethan durante la reciente prueba de Nyla solo la había envalentonado.
Se había convencido a sí misma de que el puesto de Nyla debería haber sido suyo, a solo unos pocos movimientos estratégicos del círculo íntimo de Ethan. Esta injusticia percibida se agravó, alimentando la determinación de Margaret de presenciar la caída de Nyla.
Las dos mujeres que se cernían detrás de Margaret se abalanzaron sobre la tensión.
—Cuando ella da una orden, tú la sigues. ¿O deberíamos organizar otra suspensión?
—Algunas personas se aprovechan solo de su aspecto. Sin sustancia, sin habilidades, solo una bonita fachada.
La gélida sonrisa de Nyla permaneció inalterable mientras tamborileaba con los dedos sobre el escritorio con deliberada indiferencia.
Margaret perdió la compostura. «Pide perdón ahora y quizá te permita quedarte».
«¿Y si me niego?». La voz de Nyla transmitía la calma de un depredador esperando para atacar.
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Margaret señaló con el dedo acusador a la cara de Nyla. «¡Entonces te despediré!».
Una chispa de oportunidad brilló en los ojos de Nyla. Qué casualidad. Aunque Ethan le había prohibido dimitir, el despido no formaba parte de ese acuerdo.
«¿En serio?», preguntó Nyla con voz impasible y calculada. «¿Y qué autoridad le otorga ese poder?».
A pesar de estar al frente del departamento de secretaría, un puesto que no tenía jurisdicción sobre Nyla, la furia de Margaret eclipsó su razón.
«No necesito ninguna autoridad. ¡Estás despedida! ¡Con efecto inmediato!».
Al oír esas palabras, Nyla cogió rápidamente su bolso y salió furiosa, sin dejar lugar a dudas.
Margaret, sorprendida por su rápida partida, se quedó paralizada durante un instante antes de esbozar una sonrisa de satisfacción.
«¿Ves lo que pasa cuando alguien se mete conmigo?», se burló, con los brazos cruzados sobre el pecho y una sensación de triunfo invadiéndola.
A su lado, los dos compañeros se apresuraron a sumarse a sus elogios. Uno de ellos dijo: «Margaret, ¿quién se cree que es? Desafiarte ha sido un grave error. ¡Con solo una palabra tuya, ha salido corriendo como un ratón asustado!».
«Por supuesto», coincidió el otro compañero con entusiasmo. «Siempre he pensado que el director general sentía debilidad por ti. Después de todo, has sido una pieza fundamental de esta empresa durante años, quizás…».
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