Multimillonario desalmado: Nunca debió dejarla ir - Capítulo 37
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Capítulo 37:
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Ya había decidido hacer oficial su relación con Vivian una vez que se finalizara su divorcio.
Pero entonces estaba Millie…
Justo cuando ese pensamiento cruzó por su mente, su teléfono vibró sobre el escritorio.
El reloj acababa de marcar las nueve y veinte.
Cogió el teléfono y allí estaba: el nombre de Millie iluminaba la pantalla.
Brandon frunció el ceño sin darse cuenta.
Cerca de él, Vivian vio el nombre de Millie parpadeando en su teléfono. Su expresión cambió: primero con confusión, luego con algo más difícil de identificar.
—¿Brandon? —dijo suavemente, sintiendo su vacilación.
Él parpadeó, volviendo al presente.
Solo unos minutos antes, Vivian le había mostrado los titulares sobre su supuesta visita nocturna. Y ahora, Millie estaba llamando.
¿Millie llamaba para enfrentarse a él? ¿Para echarle en cara esas historias? Con un pequeño fruncimiento de ceño, Brandon pulsó «Rechazar». Pero antes de que pudiera siquiera dejar el teléfono, la pantalla se iluminó de nuevo. Millie.
Su insistencia le irritaba.
«¿No vas a contestar?», preguntó Vivian en voz baja.
Rechazó la llamada una vez más y luego puso el teléfono en «No molestar».
«No hace falta», dijo con voz firme.
Vivian abrió la boca como para protestar, pero lo pensó mejor. Asintió lentamente, con una mezcla de preocupación y moderación en el rostro. Pero cuando bajó la mirada, una breve chispa de satisfacción brilló en sus ojos.
Ella había planeado todo esto.
Le había contado los chismes, le había mostrado los videoclips y le había repetido lo suficiente sobre las posibles reacciones de Millie para asegurarse de que no contestara.
«Vamos. Se está haciendo tarde», dijo Brandon, cogiendo su abrigo y ayudándola a levantarse.
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Entraron en el ascensor privado reservado para la última planta del Watson Group. Las cámaras de los paparazzi hicieron clic cuando las puertas se cerraron detrás de ellos.
Lejos de ellos, al otro lado de la ciudad, Millie salía en camilla de una ambulancia.
La sangre le brotaba de la frente y manchaba la sábana de la camilla. Su cuerpo estaba flácido.
El pasillo del hospital giraba ante sus ojos, con las luces del techo parpadeando con intensidad.
Los sonidos a su alrededor se difuminaban, mezclándose con la voz tensa de una mujer uniformada que gritaba: «He llamado dos veces a su marido y no contesta. ¿Qué hacemos? ¿Seguimos llamando? ¿Y si sigue sin contestar?».
Otra voz respondió: «¿Has visto esa puerta? Está completamente destrozada. No es solo un golpe en la cabeza. No sabemos qué más le pasa por dentro. Prioriza el tratamiento. ¡Sigue intentándolo!».
«¡Entendido!».
El ruido se hizo más fuerte y Millie volvió a desconectarse.
El penetrante olor del hospital le invadió la nariz mientras flotaba entre la lucidez y una neblina confusa, captando fragmentos de una conversación que no conseguía entender. Entonces, reconoció una voz: la de Alexia.
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