Multimillonario desalmado: Nunca debió dejarla ir - Capítulo 26
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Capítulo 26:
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«La medicación te ayudará», dijo con delicadeza. «Pero seguirás necesitando sesiones regulares conmigo».
Millie asintió, ya consciente de ello.
«Probemos hoy con la hipnosis», dijo Rita.
Hipnosis…
Millie se detuvo, pensándolo. Luego asintió en silencio.
Siguió a Rita hasta el sofá y se tumbó lentamente, cerrando los ojos. En el momento en que cerró los párpados y su mente se alejó, todo se volvió oscuro y disperso.
Por fin, su mente se aclaró y se encontró de pie bajo la tenue luz de un día gris y nublado.
Millie no tardó mucho en darse cuenta de dónde estaba exactamente.
Las luces fluorescentes eran frías y brillantes. La quietud que la rodeaba era pesada, como una espesa niebla.
Delante de ella estaba el cadáver de su padre, envuelto en una tela blanca. Recordaba ese día, años atrás, cuando la llamaron para identificarlo.
Su madre lloraba desconsoladamente a su lado, pero Millie apenas podía moverse. Se quedó allí de pie, con la mirada fija en el rostro pálido y maltrecho de su padre. Ese año, él se había tirado desde un edificio alto. Después de eso, su familia se había derrumbado.
El recuerdo se transformó. De repente, se encontraba frente al edificio del Grupo Bennett.
La sangre y la materia cerebral de su padre salpicaban el pavimento, mezcladas en un color rojo y blanco.
Se quedó inmóvil, incapaz de moverse, mirando fijamente a los ojos de su padre, unos ojos que se negaban a descansar en paz.
A su alrededor reinaba el caos: voces fuertes, discusiones, gritos de su madre que atravesaban el ruido. Y gente, mucha gente, rodeándolos como buitres, dispuestos a arrancar lo que quedara.
Incapaz de defenderse, Millie fue empujada y cayó directamente sobre la sangre de su padre.
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Por todas partes, dientes y garras.
Y entonces, unos zapatos. Un par de zapatos lustrados aparecieron frente a ella.
«La familia Watson protegerá a Millie a partir de ahora».
Ella reconoció esa voz. Levantó la vista. Allí estaba él. El joven Brandon. Aún era un adolescente, pero ya se comportaba como un hombre que sabía cómo liderar.
Llevaba su uniforme escolar impecable y sus ojos, tranquilos e inquebrantables, parecían mágicos.
«Si pasa algo», dijo, «acude a mí».
A su señal, las personas que estaban detrás de él entraron en acción. Todo lo que parecía estar fuera de control de repente encajó en su lugar.
La multitud retrocedió.
Él se agachó a su lado, sacó un pañuelo y le limpió suavemente la mejilla manchada de sangre.
«Ven conmigo», le dijo, tendiéndole la mano. Ella la tomó. Era cálida y firme.
De vuelta al presente, una lágrima resbaló por la mejilla de Millie, de 25 años. Abrió los ojos lentamente. Habían pasado tantas cosas desde entonces.
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