Mi esposo millonario: Felices para siempre - Capítulo 947
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Capítulo 947:
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Se dirigieron a un restaurante cercano dentro del parque.
Una vez sentados, Dustin pidió dos menús infantiles.
—¿Y tú, Dolores? —preguntó, levantando la vista del menú.
Dolores le secó el sudor de la cara a Zenia y respondió en voz baja: «Solo una bebida fría, por favor».
«He visto que últimamente te gustan los arándanos. ¿Quieres probar el zumo de arándanos?», sugirió Dustin.
Dolores se detuvo, sorprendida. Dustin siempre parecía tan despreocupado, pero se fijaba en los pequeños detalles.
«Claro, suena bien».
Dustin añadió algunos platos más.
Al poco rato, el camarero trajo todo.
Naturalmente, los dos adultos se ocuparon primero de los niños.
Afortunadamente, Linsey les había enseñado bien. Comieron con pulcritud, sin mucho alboroto.
Al ver que los niños estaban bien, Dustin cogió un plato de ensalada de frutas, lo mezcló un poco y lo puso delante de Dolores. «Debes de estar agotada. Sé que no tienes mucho apetito cuando estás cansada. Empieza con esto. Si más tarde sigues teniendo hambre, pediremos más».
Dolores miró la ensalada.
Ya se había dado cuenta antes de que se podía personalizar.
Para su sorpresa, Dustin había elegido todas las frutas que le gustaban, con el aderezo perfecto.
«Gracias», dijo ella, sonriéndole con ternura.
Desde que se habían confesado sus sentimientos, Dustin había dejado de ocultar lo que sentía. Siempre sabía cómo hacerla sonreír con los gestos más pequeños.
Al principio, Dolores había planeado hacerse la difícil, poner a prueba su paciencia un poco más antes de decir que sí.
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Pero ahora, apenas podía esperar a ser suya.
Dolores no pudo evitar sonreír al pensarlo.
—¡Dolores, qué feliz te veo! ¿De verdad te gusta la ensalada que te ha preparado Dustin? —dijo Zenia con tono inocente y curioso.
Sorprendida, Dolores disimuló rápidamente su expresión y respondió fingiendo irritación: «¡Qué tontería dices, pequeña traviesa!».
Sus ojos vagaron hasta posarse en la sonrisa relajada de Dustin. Su corazón dio un vuelco.
Zander intervino con seriedad. —Dolores, mi madre siempre dice que si te gusta algo, debes decirlo en voz alta. Si no, nadie lo sabrá nunca.
Dolores parpadeó. —¿Te lo dijo Linsey?
Eso no parecía algo que diría Linsey.
La tomó por sorpresa.
Mientras seguían comiendo, las risas y la charla animada llenaron la mesa. El ambiente era cálido, como el sol en una tarde tranquila.
Pero esa paz se rompió como un cristal.
—¡Dustin! ¿Qué crees que estás haciendo? —resuñó una voz aguda.
Dustin se volvió sorprendido. «¿Mamá? ¿Qué haces aquí?».
El corazón de Dolores dio un vuelco. Rápidamente miró hacia allí.
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