Mi esposo millonario: Felices para siempre - Capítulo 882
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Capítulo 882:
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«¡Zenia!» Los brazos de Linsey temblaban mientras se levantaba, con la voz entrecortada por la desesperación. «¿Dónde está mi hija?»
Nada le respondió, ni siquiera un suspiro de reconocimiento. Su rostro se endureció y el miedo de sus ojos se convirtió en acero.
Con fuerza repentina, se aferró al brazo de Gorman, su agarre apretado y tembloroso. «Dime lo que le hiciste a Zenia. ¿Dónde está?»
A pesar del frenético apretón de su mano, Gorman permaneció totalmente inmóvil, sin que un atisbo de irritación cruzara su rostro. Levantó las cejas y su voz sonó suave, como el aire húmedo sobre la piel. Era tranquila, pero lo bastante fría como para helar.
«¿Por qué entras en pánico, Linsey? ¿No arreglaste que llevaran a Zander con Collin? Él es el que se parece demasiado a su padre. Si tuviera que elegir, me sentiría más resentida con él. Ya ha hecho lo necesario para mantener a su hijo a salvo. Entonces, ¿por qué sigues teniendo miedo?». Una risita baja se escapó de su boca, pero no le llegó a los ojos. El sonido era seco y había algo cruel en él.
«Zenia me recuerda a ti. Por eso siempre la he mirado de forma diferente. Ella me importa. Hacerle daño no tendría sentido», continuó.
Linsey perdió el color de sus mejillas y sus ojos se llenaron de un odio que ya no trataba de ocultar.
«Eres vil», siseó. Cada palabra estaba cargada de asco.
Una vez que confirmó que Zander estaba con Collin, no perdió ni un segundo más. Recogió lo que necesitaba y se dispuso a llevar a Zenia directamente al piso franco que Dolores había preparado.
Vivir en esa suite de hotel conllevaba un riesgo: Gorman podía aparecer de la nada.
Al mediodía, el hambre hizo acto de presencia. Linsey le pidió a Caylee que siguiera haciendo la maleta y vigilara a Zenia mientras ella salía a comer.
No llegó lejos. En cuanto salió del edificio, vio a Gorman.
Un pequeño gesto de él fue todo lo que necesitó. Su visión se volvió negra antes de que una sola palabra escapara de sus labios.
Cuando se despertó, se dio cuenta de que él había orquestado todo. Cada movimiento había sido calculado. Había sido paciente, esperando el momento en que ella estaría sola y desprevenida.
Se dio cuenta de ello. Le escocían los ojos, enrojecidos por la rabia que le producía la impotencia.
En lugar de inmutarse ante su furia, Gorman puso cara de haber recibido un regalo. La ira de ella le encantó.
Dejó escapar una carcajada con cuerpo y luego suspiró como un hombre satisfecho por un capricho largamente esperado. «Había olvidado lo viva que pareces cuando dejas de fingir que no te importa».
Sin vacilar, se inclinó hacia él, sus ojos brillando con algo cercano a la alegría, torcidos y desnudos.
Por un momento, se perdió en su mirada. Sus pupilas, anchas y dilatadas, sólo le reflejaban a él. Le hipnotizó.
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