Mi esposo millonario: Felices para siempre - Capítulo 857
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Capítulo 857:
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Estaba enviando un mensaje muy claro: podía plantar topos en su círculo íntimo sin que ella pestañeara.
Incluso si Linsey echaba a Caylee ahora, Gorman sólo deslizaría otro peón en su lugar, manteniendo su agarre firme.
Y si Caylee llegara a ser un peso muerto, Gorman no dudaría en desenchufar el salvavidas de su abuela.
«Linsey, lo siento mucho…» La voz de Caylee vaciló, las palabras se secaron bajo el peso de su culpa.
Se sintió desnuda, su vergüenza al descubierto por aprovecharse de la generosidad de Linsey. Linsey cerró los ojos durante un instante, tranquilizándose, antes de que le llegara la voz, suave pero cargada. «Caylee, sé sincera conmigo. ¿Cuánto cuesta realmente el cuidado de tu abuela?».
Caylee agachó la cabeza, su voz un leve murmullo mientras soltaba el número.
Era una cantidad asombrosa.
«Aún no está fuera de peligro», añadió Caylee, con voz áspera y cruda.
«El doctor dice que vienen más facturas».
A Linsey se le encogió el corazón al asimilar las palabras de Caylee.
En ese momento, la golpeó como una tonelada de ladrillos: Caylee había hecho la única llamada que podía hacer.
En el fondo, Linsey sabía que nunca habría reunido el dinero para esa operación, no con sus propias manos.
Aun así, estaba destrozada, su fe en Caylee hecha añicos por lo que había hecho.
Pero incluso después de todo el tiempo que habían pasado juntas, Linsey no podía quedarse de brazos cruzados y dejar que la abuela de Caylee sufriera por un montón de facturas sin pagar.
Una sonrisa irónica y burlona se dibujó en sus labios.
Si hubiera estado en el lugar de Caylee, también habría aceptado el trato de Gorman, cualquier cosa con tal de evitar que se le escapara el último trozo de su mundo.
«Lo entiendo», dijo finalmente Linsey, con los ojos fijos en el suelo y la voz ronca. «Puedes seguir trabajando para Gorman».
Caylee levantó la cabeza, con los ojos abiertos como platos y las cejas fruncidas por la sorpresa. «¡Linsey, de ninguna manera! Se acabó, te lo juro. No le diré ni una palabra más al Sr. Green, te lo juro».
«¿Y tu abuela?» Linsey preguntó, su voz cortando el aire pesado.
El rostro de Caylee se congeló, sus ojos nadaban de confusión, como si la hubieran arrojado a aguas profundas sin salvavidas.
Linsey le sostuvo la mirada, en silencio durante un rato, hasta que una extraña calma se apoderó de ella como una marea silenciosa.
Extendió el brazo, agarró suavemente las manos de Caylee y tiró de ella para que se sentara a su lado en el borde de la cama.
«Escucha», dijo Linsey, con voz firme como una roca, agarrando las manos de Caylee como si fueran su ancla. «Las facturas médicas de tu abuela no pueden parar. Ni ahora ni nunca. Tienes que seguir dándole a Gorman sus informes, como siempre. Y no me digas ni una palabra de lo que te tiene haciendo».
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