Mi esposo millonario: Felices para siempre - Capítulo 808
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Capítulo 808:
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No entendía por qué los niños se habían alejado tanto.
El corazón de Caylee se hundió. La culpa la invadió.
Ella era la que había hablado de Collin y de esos lugares la noche anterior.
Pero nunca pensó que los niños saldrían al día siguiente a buscarlo.
Habían pasado demasiadas cosas. Las cosas podían haber salido terriblemente mal. Caylee temía que si Linsey descubría que ella era la razón, se sentiría defraudada.
En lugar de esperar a que la descubrieran, Caylee pensó que lo mejor era contar ella misma la verdad.
Pero antes de que pudiera decir una palabra, Zander se adelantó de repente. «Mami, fui yo. He sacado a Zenia. Sólo quería divertirme un poco. Es aburrido en el hotel».
Caylee se congeló. Sus manos se cerraron sin pensarlo. El valor que tenía desapareció en un instante.
No entendía por qué Zander ocultaba la verdad.
Frunció el ceño. Se quedó de pie, sin saber qué hacer.
Linsey dejó escapar un suspiro cansado. «Nunca dije que no pudierais salir a jugar. Pero los dos seguís siendo niños. Si queréis salir, necesitáis que os acompañe un adulto. Hoy no estaba ocupada. Podría haberos llevado. Y si no hubiera podido, Caylee habría ido. ¿Pero escaparse sin decirle a nadie?»
Al final, le temblaba la voz. Sus ojos brillaban con lágrimas mientras les cogía las manos. «Si te hubiera pasado algo… no habría estado allí para salvarte».
A Zenia le temblaron los labios. Ver a su madre tan alterada le partía el corazón. «Lo siento, mamá. Me equivoqué. No lo volveré a hacer».
Se inclinó lentamente y rodeó a Linsey con sus pequeños brazos mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
Zander también tenía los ojos llorosos, pero parpadeó con rapidez, esforzándose por no llorar.
Zander apretó los labios, intentando parecer más valiente de lo que se sentía. «Mamá, ha sido culpa mía. No debería haber sacado a Zenia a correr por ahí».
Linsey secó suavemente las lágrimas de Zenia con un pañuelo de papel suave, luego cogió a Zander y envolvió a los dos niños en sus brazos, estrechándolos contra su corazón.
Su voz era tranquila y tierna cuando por fin habló. «No te estoy regañando. Sólo necesito que me prometas que no volverás a asustarme así».
Los dos niños asintieron con seriedad, sus voces sonando al unísono. «¡Prometemos que no lo haremos!»
Una leve sonrisa asomó a los labios de Linsey ante su sinceridad.
Por mucho que lo intentara, nunca se atrevía a ser demasiado dura con ellos.
Sí, había que reconocer los errores, pero no quería que le tuvieran miedo.
Esa fue la promesa que se repitió a sí misma una y otra vez.
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