Mi esposo millonario: Felices para siempre - Capítulo 797
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Capítulo 797:
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¡Se dio cuenta de su estado de desnudez antes que Dustin!
Una sensación de urgencia cruzó su rostro, lo que extrañamente tranquilizó a Dustin. Le rodeó la cara con los brazos y le habló en tono tranquilizador. «Dolores, ¿sientes algo por mí?»
A Dolores la pilló desprevenida, con la mente en blanco. Miró a Dustin con incredulidad, luchando por hablar. «¿Podrías repetirlo?»
Sosteniéndole la mirada fijamente, Dustin no esperó a que ella se recuperara antes de decir: «Siento algo por ti».
Su repentina confesión dejó a Dolores estupefacta.
Dustin apretó los puños y se quedó sin aliento, con una mezcla de miedo y euforia inundándole.
Sus párpados se agitaron ligeramente.
Poco a poco, se fue acercando y su respiración se mezcló con la de ella.
Dolores se quedó inmóvil, atrapada en el momento. Cuando sus labios se encontraron con los de ella, sorprendentemente, no se apartó.
Al observar su receptividad, una chispa de alegría iluminó los ojos de Dustin. Le acarició tiernamente la mejilla, abandonando toda vacilación, y profundizó el beso.
Collin pasó una noche inquieta, pero le esperaba una reunión esencial que le obligó a empezar el día temprano.
Agotado, se reclinó en el asiento trasero del coche, presionando con el pulgar un dolor palpitante en la sien.
El eco de la última conversación de Linsey le perseguía.
«Señor Riley», dijo su ayudante desde delante, mirando hacia atrás con preocupación, «no he podido contactar con el señor Wade».
Al oír esas palabras, Collin abrió lentamente los ojos y contestó con voz tranquila: «No volví a ver a Dustin después del banquete de anoche». Tras una breve pausa, añadió suavemente: «No pasa nada. Le pondré al corriente de la reunión más tarde».
«Sí, señor», respondió con prontitud el ayudante.
Collin volvió la mirada hacia la ventana y sus ojos se posaron en una pintoresca cafetería que había más adelante. «Para aquí», dijo. «Tomaré un café».
El asistente se enderezó de inmediato. «Por favor, déjeme que se lo traiga. Puede descansar en el coche».
Ya se había dado cuenta de que su jefe parecía inusualmente agotado aquella mañana.
Con un gesto desdeñoso, Collin salió. «No hace falta. Quiero estirar las piernas».
El conductor se detuvo y el ayudante se apresuró a seguir a Collin en dirección a la cafetería.
Pero justo al doblar la esquina, un niño pequeño salió de detrás de una pared y, zas, se abalanzó sobre Collin.
Sin pensarlo, Collin cogió instintivamente al niño en brazos, estabilizándose con facilidad.
Pero su rostro se ensombreció al segundo siguiente.
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