Mi esposo millonario: Felices para siempre - Capítulo 406
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Capítulo 406:
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Gorman estaba convencido de que solo el fundador de CR Corporation podía suponer una amenaza real para él.
La mirada de Gorman volvió a Fernanda, con desdén en los ojos.
—Eres tan imprudente como los demás —dijo con frialdad—. Esta vez has asustado a Linsey y le prometí que lo compensaría. La única forma de arreglarlo es haciéndote pagar.
Con eso, una sonrisa astuta, casi inocente, se dibujó en los labios de Gorman. —Primero me ocuparé de ti. Collin puede esperar.
Fernanda abrió los ojos con incredulidad. —¡No, señor Green, por favor!
Antes de que pudiera decir nada más, Gorman añadió con indiferencia: —Empecemos por asegurarnos de que nunca volverás a usar tus manos.
Varios guardaespaldas asintieron inmediatamente. —Entendido. —Se acercaron a Fernanda, que estaba atada e indefensa.
El miedo le quitó todo el color de la cara.
Presa del pánico, Fernanda intentó ponerse en pie a duras penas, gritando con voz ronca: —¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude! ¡Alguien está intentando matarme!
Pero apenas dio unos pasos antes de que los guardaespaldas la rodearan rápidamente y la redujeran con facilidad.
La inmovilizaron, le sujetaron las manos y se dispusieron a romperle los miembros. Las lágrimas corrían por el rostro de Fernanda mientras suplicaba con voz temblorosa y desesperada. —¡Señor Green! ¡Por favor, perdóneme! ¡Lo juro, no volveré a hacerlo! ¡Lo prometo!
El arrepentimiento la consumía: nunca debería haber drogado a Linsey.
Pero Gorman permaneció impasible, con el rostro tan inexpresivo como siempre.
Habló sin emoción, con voz fría y distante. —Procedan.
Fernanda tenía los ojos muy abiertos por el terror, el sudor le corría por el rostro y cada gota salpicaba el frío suelo.
En ese momento, toda la elegancia de una dama de la alta sociedad se desvaneció, dejándola como una figura rota y desesperada, postrada por el miedo.
En ese instante, la cruda realidad golpeó a Fernanda como un puñetazo.
El hombre que tenía delante era mucho más despiadado y aterrador de lo que Collin podría ser jamás.
Si lo hubiera sabido, habría preferido enfrentarse a la cárcel bajo el mando de Collin antes que caer en las garras de Gorman.
Antes de que pudiera procesar el pensamiento, un crujido agudo y repugnante rasgó el aire cuando un guardaespaldas le torció la muñeca.
Un grito, crudo y agonizante, atravesó la habitación.
El dolor era tan intenso que Fernanda casi perdió el conocimiento. Se le fue todo el color de la cara, el cuerpo le temblaba y estaba empapada en sudor frío.
Las manos le colgaban flácidas, temblando sin control.
—Ayuda… Que alguien me ayude… —graznó, con un hilo de voz. Fernanda se derrumbó en el suelo, con la garganta en carne viva por los gritos y un dolor insoportable que le abrumaba todos los sentidos.
Gorman observaba su sufrimiento con rostro impasible, como si estuviera contemplando un espectáculo insignificante.
«¿Todavía estás despierta? No parece que te duela mucho», comentó con una sonrisa burlona en los labios. «¿Por qué no coges un cuchillo y te cortas las manos? Al menos, cuando Linsey te vea, se sentirá mejor».
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