Mi esposo millonario: Felices para siempre - Capítulo 40
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Capítulo 40:
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Linsey casi se ríe de lo ridícula que sonaba Joanna. ¿Cuánto tiempo iba a seguir con esa actuación patética? «Joanna, ¿algo de esto te incumbe? Parece que la bofetada que te di la última vez no te sirvió de lección. ¿Quieres que te refresque la memoria?».
Sin dudarlo, levantó la mano, lista para golpear.
Joanna soltó un grito de sorpresa, dando medio paso atrás, con el rostro pálido.
El dolor de la última vez aún estaba fresco en su mente y no tenía intención de revivirlo.
Felix, que observaba la escena, apenas reconocía a la mujer que tenía delante. Su paciencia se agotó. «¡Ya basta, Linsey! ¿De verdad así tratas a Joanna? ¿Qué te pasa?».
Su acalorada discusión había llamado la atención y, para entonces, se había reunido un pequeño grupo de personas en la entrada, ansiosas por presenciar el drama.
Pero a Linsey no le importaba lo más mínimo. Sin inmutarse por las miradas curiosas, se burló: —Sí, quizá esté loca. ¿Y qué? ¿Quieres que te pille una bofetada?
Felix se tensó y un escalofrío le recorrió la espalda mientras retrocedía instintivamente.
—¡Felix! —La voz de Joanna temblaba mientras se aferraba a su brazo, con el rostro descolorido.
El sonido de su miedo hizo que Félix recobrara el sentido. Enderezó los hombros y se colocó delante de ella en actitud protectora. —Linsey, no seas tan difícil. Lo entiendo, todavía estás molesta por lo que pasó. Hablemos de ello en casa. No hace falta montar una escena aquí.
Apretó la mandíbula al darse cuenta de que cada vez había más gente alrededor. Lo último que quería era ser humillado en público. Bajó la voz y añadió: —Estás comprando ropa de hombre. Si no es para mí, ¿para quién? Vamos, no seas terca. Vámonos a casa.
Linsey soltó una risita divertida y arqueó una ceja mientras respondía con suavidad: —¿No puedo comprársela a mi marido?
Felix parpadeó sorprendido antes de esbozar una lenta sonrisa de complicidad. —Es verdad, yo soy tu marido. Linsey, sea lo que sea lo que te ha enfadado, te compensaré con una boda aún más grande.
Detrás de él, Joanna apretó los puños, clavándose las uñas en las palmas. Hiría por dentro en silencio: «¿Lo ves? Es la forma patética que tiene Linsey de llamar la atención de Felix».
Linsey frunció los labios con desdén. —Felix, no te hagas de ilusión. ¿Quién ha dicho que tú eres mi marido?
La expresión de confianza de Felix se tambaleó y una sombra de duda cruzó su rostro. Pero Joanna se recuperó más rápido y soltó una risa aguda e incrédula. —Linsey, ¿de verdad estás diciendo que estás casada? ¿Que tu marido es otro? ¿Esperas que nos lo creamos?
Le lanzó una mirada cómplice a Félix antes de sonreír con aire burlón. —Vamos, Linsey. Todos sabemos lo que está pasando. Solo estás haciéndote la difícil para que Félix te persiga.
Al principio, Félix había descartado las palabras de Linsey como tonterías, pero la confianza de Joanna reavivó la suya. —Linsey, si vas a mentir, al menos hazlo creíble.
Su sonrisa se volvió presumida mientras la miraba. —Todo el mundo sabe que nunca te casarías con nadie más que conmigo. Me quieres demasiado, ¿cómo podrías pertenecer a otro hombre?
Linsey se quedó sin palabras, desconcertada por la audacia de las delirantes ideas de Félix.
Miró su teléfono para ver la hora.
Ya había perdido demasiado tiempo del día lidiando con Félix y Joanna.
—Si no quieres creerme, es tu problema. Ahora muévete. —Sin mirar atrás, Linsey pasó junto a ellos, dispuesta a marcharse.
Felix sintió un nudo en el pecho y, antes de poder evitarlo, le bloqueó el paso. —Linsey, ¿cuánto tiempo vas a alargar esto?
La impaciencia se reflejaba en sus palabras, pero bajo su frustración se escondía algo más, una inquietud que no podía disimular.
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