Mi esposo millonario: Felices para siempre - Capítulo 39
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Capítulo 39:
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Las palabras de Linsey fueron brutalmente directas. Aunque Joanna era experta en fingir, su sonrisa se tambaleó por un instante.
Se recuperó rápidamente y se volvió hacia Félix con una expresión lastimera, con los ojos llenos de rencor.
Félix la miró, sintiendo un impulso instintivo de defenderla. Dio un paso adelante, rodeando con sus brazos a la supuestamente frágil Joanna, y luego lanzó una mirada de desaprobación a Linsey.
—Linsey, Joanna no quería decir nada. ¿Era realmente necesario?
Linsey ni siquiera miró a Felix. Su rostro permaneció impasible mientras asentía lentamente con la cabeza. —Oh, lo sé. Ella no quiere hacer daño. Pero yo sí. ¿Ya estás contento? Ahora hazme un favor y mantén la distancia. Ya tengo la paciencia a flor de piel por el trabajo, no necesito esto además.
—Linsey, tú… —Las palabras de Félix se quedaron atragantadas en su garganta, completamente desconcertado por la indiferencia de ella.
Recordó una época en la que Linsey era muy amable y siempre le hablaba con cariño. ¿Cuándo se había vuelto así? La respuesta le vino casi al instante: probablemente todavía estaba molesta porque él se había marchado de la boda aquel día.
En ese momento, Joanna miró la bolsa de la compra que Linsey llevaba en la mano. Dudó un instante antes de hablar, observando atentamente la reacción de Félix.
—Linsey, ¿qué has comprado? ¿Un regalo para Félix? Siempre tan considerada, aún pensando en él después de todo. Ojalá yo fuera la mitad de considerada que tú.
Al oír sus palabras, Félix desvió la mirada hacia la bolsa que Linsey sostenía en la mano. Su expresión, antes tensa, se suavizó.
En el fondo, había estado esperando a que Linsey volviera con él. Ella siempre había sido así: se enfadaba fácilmente, pero al cabo de unos días, inevitablemente regresaba.
Así que cuando se mudó el otro día, él estaba seguro de que solo sería algo temporal.
Pero pasaron los días y Linsey seguía sin aparecer.
A medida que pasaban los días, la duda se apoderó de él. Félix estaba tan seguro de que Linsey volvería, pero ahora no estaba tan seguro. ¿Se había ido para siempre?
Pero entonces, el comentario de Joanna le impactó como una revelación: Linsey no había renunciado. Incluso se había tomado la molestia de comprarle un regalo.
Al instante, recuperó la confianza.
Su rostro se iluminó con una sonrisa de satisfacción. «Linsey, sabía que no te olvidarías de mi cumpleaños. Está bien, esta vez te perdono. Solo vuelve a casa y empezaremos a planear mi fiesta. Como siempre, asegúrate de invitar a todos mis amigos».
Mientras hablaba, su atención se desvió hacia la bolsa de la compra que Linsey tenía en la mano. —¿Qué me has comprado? Déjame ver.
Extendió la mano hacia la bolsa, pero antes de que pudiera tocarla, Linsey la retiró sin dudarlo, con expresión de desdén. Su voz era seca, y su irritación era evidente. —Felix, ¿eres idiota o no has oído ni una sola palabra de lo que te he dicho?
Felix se quedó paralizado, momentáneamente atónito por la exasperación de su tono. Luego, al darse cuenta, su expresión se ensombreció. La ira le estalló en el pecho. —Linsey, ¿cuánto tiempo vas a seguir así?
Él le había dado una salida fácil, pero ella solo le había respondido con fría indiferencia. Qué descaro. Era evidente que no sabía apreciar su generosidad.
«Ya te lo he dicho antes: lo que haya habido entre nosotros se ha acabado. ¿Cuánto tiempo piensas seguir aferrándote a mí?».
Las duras palabras de Linsey le hicieron el efecto de una bofetada, y Félix sintió un nudo en el pecho.
Por primera vez, el pánico se reflejó en sus ojos. ¿Hablaba en serio? ¿Era realmente el fin?
Pero Joanna, que estaba cerca con aire de suficiencia, no estaba convencida. Con un suspiro exagerado, intervino: «Linsey, vamos. ¿A quién intentas engañar? Todo el mundo sabe que llevas años loca por Félix. No se deja de querer a alguien de la noche a la mañana».
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