Mi esposo millonario: Felices para siempre - Capítulo 1289
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Capítulo 1289:
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Collin reprimió un gemido de dolor, apretando los dientes, pero no la apartó.
Aunque Collin se mantuvo perfectamente sereno, el corazón de Roland latía con fuerza en su pecho. La alarma se reflejó en su rostro mientras observaba a Linsey. «¡Sra. Riley, por favor, pare! No muerda al Sr. Riley; si necesita descargar su ira, descárguela conmigo».
Decidido a intervenir, dio un paso adelante, pero la gélida orden de Collin cortó el aire. «Quédese atrás. Déjela hacer lo que necesite».
La angustia se apoderó de Roland, y su voz tembló. «Señor, esto no es seguro. ¿Qué pasará si tu abuelo se entera de que has dejado que te muerda hasta hacerte sangrar?».
«Ya basta», dijo Collin, y su mirada hizo que Roland sintiera un escalofrío recorriendo su espina dorsal. «Quiero que te vayas de aquí. No me hagas repetirlo».
Con gran renuencia, Roland se retiró, mirando varias veces por encima del hombro, con el ceño fruncido y las cejas grises, una clara señal de su preocupación. El silencio se apoderó de la habitación, ya que solo Collin y Linsey permanecían junto a la mesa.
Lentamente, Collin levantó su mano libre y, con sus dedos ásperos, le acarició la nuca con una ternura inesperada, casi como si intentara calmar a un gatito asustado.
«¿Ya has tenido suficiente?», susurró Collin con tono suave y burlón. «¿Quizás quieras probar el otro brazo?».
Al principio, Linsey sintió frustración, pero esa voz grave y tranquilizadora calmó su agitación de una manera que no esperaba.
Fue entonces cuando se dio cuenta del fuerte sabor a sangre en su boca.
Aflojó la mandíbula mientras soltaba su brazo y bajaba la mirada. Con cuidado, le subió la manga para comprobar lo que había hecho.
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Una feroz marca de mordisco manchaba el antebrazo de Collin, el moretón y el hilo de sangre eran prueba de su ira.
Antes de que Linsey pudiera decir una palabra, Collin ya le estaba ofreciendo el otro brazo, paciente y sin molestarse. —Prueba otra vez si lo necesitas.
Por un momento, Linsey lo miró fijamente, desconcertada por su calma.
No había ni rastro de ira en sus ojos. La miraba como si realmente quisiera ayudarla a desahogarse.
—Ahora me duele la mandíbula. Creo que ya he tenido suficiente —murmuró ella, apartando su brazo con el rostro inexpresivo.
Con tranquilidad, Collin se bajó la manga, sin prestar apenas atención a la herida. —Sube y descansa un poco. Cuando estés lista para otra mordida, solo tienes que decirlo.
La compostura de Linsey finalmente se rompió. «Collin, ¿qué es lo que realmente quieres de mí?». Su voz temblaba, el agotamiento y la confusión afloraban a la superficie. Simplemente no podía entenderlo: frío como el hielo e inflexible en un momento, y de repente amable, como si nada hubiera pasado entre ellos.
Collin se limitó a mirarla con detenimiento antes de devolverle la pregunta: «¿Y tú? ¿Qué es lo que buscas?».
En su mente, había agotado toda su paciencia, persuadiéndola, cediendo más que nunca, pero ella solo parecía gritar más fuerte. Le pareció absurdo. ¿Qué clase de esposa de la alta sociedad se atrevía a hablarle así a su marido? Solo Linsey lo haría.
La emoción enturbió la respuesta de Linsey. «Ya te lo he dicho antes: solo quiero irme de casa. Eso es todo».
Tranquilo como siempre, Collin repitió: «¡Y yo ya te he dicho que eso no va a pasar!».
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