Mi esposo millonario: Felices para siempre - Capítulo 1230
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Capítulo 1230:
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Su rápida negación suavizó la expresión de Collin, quien cedió: «Me alegra saber que no estás completamente despistada».
«Pero, ¿cómo te enteraste de las aventuras amorosas de Félix?». Linsey siguió indagando. Collin eludió la verdad y respondió con frialdad: «Lo contaste todo anoche cuando estabas borracha».
Linsey dudó, y en su mente aparecieron fragmentos borrosos de sus desvaríos sobre Félix en su presencia. Aceptó su explicación y preguntó con curiosidad: «Entonces, ¿por qué fuiste tras la empresa de Félix?».
«¿No es justo que defienda el honor de mi esposa?». Collin respondió con un encogimiento de hombros indiferente.
Linsey se quedó atónita una vez más, sus sospechas ahora confirmadas. En ese instante, su corazón latía con fuerza como un tambor de guerra, y un torbellino de inquietud e incertidumbre se arremolinaba en su interior.
Collin levantó la vista y, al ver su rostro sonrojado, arqueó una ceja con aire burlón. «Linsey, tienes la cara muy roja», bromeó.
«¿Eh?». La realidad volvió a golpear a Linsey, que se puso firme y buscó frenéticamente una excusa. «De repente tengo mucho calor».
Levantó las manos en un exagerado gesto de abanicarse mientras hablaba y se volvió hacia Roland con una naturalidad forzada. «¿Podría abrirme una ventana?».
«Sí, señora Riley». Sin cuestionar sus palabras, Roland se apresuró a abrir una ventana.
Sin embargo, su mala actuación no engañó a Collin ni por un segundo, aunque decidió no delatar su torpe interpretación. En cambio, se le escapó una risa fría, ahorrándole la vergüenza.
Su reacción lo dijo todo. Ella se había emocionado por su represalia contra Félix. Al darse cuenta, sintió una cálida sensación en el pecho. Sus labios se curvaron ligeramente hacia arriba y su estado de ánimo mejoró cuando una sutil sonrisa brilló en sus ojos.
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Terminado el desayuno, comenzó la rutina matutina.
Linsey fregaba los platos en la cocina. Roland, que acababa de ordenar el comedor, se quedó paralizado ante la inesperada visión. La alarma se reflejó en su rostro mientras se apresuraba a acercarse. —Señora Riley, descanse, por favor. Yo me encargo de esto —dijo con urgencia.
Linsey sonrió y negó suavemente con la cabeza. —No pasa nada. Solo intento mantenerme ocupada.
Atrapada en la villa sin el permiso de Collin para salir, se enfrentaba a interminables horas de aburrimiento. La idea de estar encerrada todo el día la hacía sentir que se volvería loca sin algo que la mantuviera ocupada.
Su insistencia era clara, así que Roland no discutió más y simplemente se unió a ella.
El silencio se instaló incómodamente entre ellos en la cocina, lo que llevó a Linsey a romper el silencio con una conversación informal.
Las entusiastas respuestas de Roland pronto los llevaron a charlar amigablemente.
Naturalmente, la conversación derivó hacia Collin.
Roland soltó un profundo suspiro y su expresión se volvió sombría. La confusión se reflejó en el rostro de Linsey, que preguntó en voz baja: «¿Qué pasa, Roland?».
«Señora Riley, quizá no lo sepa», Roland volvió a suspirar, con voz cargada de compasión. «A pesar de su mal genio, el señor Riley es en realidad bastante lamentable».
«¿Lamentable?», preguntó Linsey con confusión en los ojos mientras parpadeaba. «¿Es por el accidente de coche que le dejó las piernas discapacitadas?».
Roland hizo un gesto de negación con la mano. «Eso no es todo».
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