Mi esposo millonario: Felices para siempre - Capítulo 1220
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Capítulo 1220:
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Linsey sintió náuseas al presenciar su repugnante espectáculo de devoción. Antes de que pudieran pronunciar otra palabra, habló con frialdad y determinación. «Ambos merecéis algo mucho peor que esto. Coged vuestro patético romance y desapareced de mi vista. ¡No quiero volver a respirar el mismo aire que ninguno de vosotros nunca más!».
Las palabras golpearon a Félix como un golpe físico. Ignorando el dolor punzante en su rostro, soltó a Joanna y se giró hacia Linsey, con voz aguda y exigente. «¿Qué quieres decir exactamente con eso?».
«Lo que quiero decir es…». La mirada de Linsey se volvió gélida, y todo rastro de calidez desapareció de su voz. «Hemos terminado».
La satisfacción brilló en los ojos de Joanna al oír esas palabras, mientras que Félix se quedó paralizado, incrédulo. Ni en sus peores pesadillas había imaginado que Linsey rompería con él.
La furia estalló en el pecho de Félix como lava fundida. Su voz se quebró por la rabia que apenas podía contener. «Linsey, ¿estás completamente segura de que quieres romper conmigo? No olvides cuál es tu lugar. Eres huérfana. Sin mi apoyo, estás completamente sola en este mundo».
«Mi propia fuerza es todo lo que necesito», replicó Linsey con voz firme, cada palabra resonando con convicción.
El pecho de Félix se contrajo dolorosamente, y la necesidad de explotar casi lo abrumó. Joanna, aterrorizada por la posibilidad de que la ruptura fracasara, decidió echar leña al fuego con un susurro cargado de veneno.
«Felix, no malgastes tu energía intentando recuperar a Linsey. Probablemente no esté rompiendo conmigo por lo que ha pasado aquí. Ha encontrado a alguien mejor, alguien como Collin. Está claro que quiere ascender socialmente y está utilizando todo este lío como vía de escape».
La manipulación funcionó a las mil maravillas. La mirada de Félix se volvió asesina mientras le espetaba a Linsey: «Bien, rompamos. ¡De todos modos, ya estaba harto de ti! Pero eres tú la que tiene que hacer las maletas y marcharse, no yo».
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«¿Qué te da derecho?», preguntó Linsey, perdiendo finalmente la compostura. «Compré este piso con mis propios ahorros, ganados con mucho esfuerzo. ¡Me pertenece!».
La sonrisa de Félix se volvió venenosa. —Lástima que el nombre que figura en la escritura de la propiedad diga lo contrario.
Todo el cuerpo de Linsey tembló mientras su rebeldía se desmoronaba. Había sido dolorosamente ingenua, se había dejado llevar por las palabras melosas de Félix y había cometido el catastrófico error de poner su nombre en la escritura. Oleadas de arrepentimiento la invadieron, amenazando con ahogarla por completo.
Derrotada, Linsey se vio expulsada mientras Felix abrazaba a Joanna y cerraba la puerta con brutal determinación, reclamando su casa sin una pizca de vergüenza.
En el momento en que abandonó el barrio, el cielo despejado comenzó su cruel transformación. Nubes amenazadoras se acumularon en lo alto, presagiando una tormenta despiadada. Otros peatones se dispersaron en busca de refugio, pero Linsey vagaba por las calles como un fantasma, con los ojos vacíos y desenfocados.
En cuestión de minutos, el cielo se abrió y la empapó hasta los huesos. Las gotas de lluvia y las lágrimas se hicieron indistinguibles mientras le corrían por la cara. Sin hogar y sin dinero, miró fijamente a un vacío incierto, preguntándose qué fragmento de su vida quedaba.
¿Podría tragarse su orgullo y volver con Collin?
Mientras luchaba con ese pensamiento, el estridente timbre de su teléfono atravesó la tormenta. El identificador de llamadas le hizo saltar el corazón. El nombre de Collin brillaba en la pantalla.
Linsey miró fijamente el nombre de Collin parpadeando en su pantalla, sin hacer ningún movimiento para contestar. Sabía exactamente por qué la llamaba. A esas alturas, llevaba horas esperando en el restaurante, preguntándose dónde se había metido, probablemente cada vez más preocupado y deseando que ella volviera corriendo.
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