Mi esposo millonario: Felices para siempre - Capítulo 1197
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Capítulo 1197:
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En la intimidad del dormitorio principal que una vez compartieron Linsey y Félix, se desarrollaba una escena inquietante.
Joanna, envuelta en un camisón de seda tomado del armario de Linsey, había dejado deliberadamente desabrochados los botones superiores, revelando la seductora curva de su pecho. La tela se ceñía a su piel como una segunda capa, sensual y provocativa. Se arrodilló entre las piernas de Félix, jugando con la cremallera con sus dedos manicurados, sin mostrar ningún signo de enfermedad o moderación, solo un deseo calculado y sensual.
—¿De verdad piensas traer de vuelta a Linsey? —preguntó con voz melosa y fingida preocupación.
Felix soltó una risita y le acarició la mejilla con deliberada naturalidad. —Por supuesto que no. Solo estaba jugando con ella. ¿De verdad crees que la dejaría volver? Ahora vive con otro hombre. Si eso se sabe, ¿qué pasará con mi reputación?». Se burló. «Está claro que Collin está enamorado de ella, así que que se la quede. Francamente, siempre fue demasiado estirada. Todos esos años juntos y nunca me dejó tocarla».
Su tono se volvió amargo. Al fin y al cabo, ¿no había sido ella la razón por la que Collin había puesto sus ojos en su empresa? El recuerdo le dolía. Y el resentimiento se enconaba.
Joanna, al percibir su resentimiento, esbozó una sonrisa astuta.
«Si Linsey no podía satisfacerte…», ronroneó, bajando lentamente la cremallera con facilidad. Su aliento era cálido contra su piel. «Entonces déjame ocuparme yo de eso».
Mientras tanto, en Vista Villa, Linsey estaba sentada sola a la mesa del comedor, picando mecánicamente la comida que había pedido.
Había perdido el apetito después de la llamada de Félix. Los platos, bellamente presentados, ahora sabían a ceniza. Sus pensamientos daban vueltas en su cabeza, cargados de inquietud.
De repente, un disparo rompió la quietud. El sonido atravesó el silencio como un cuchillo. Linsey se sobresaltó en su asiento, el tenedor y el cuchillo cayeron al suelo con estrépito y se le cortó la respiración.
Una punzada de miedo la atravesó. ¿Por qué había disparos arriba?
Durante un momento, se quedó paralizada, sin saber qué hacer. Pero, tras respirar profundamente varias veces, echó la silla hacia atrás.
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Las patas rozaron con fuerza el suelo pulido, resonando en el silencio y haciéndola estremecerse. Dudó: ¿debería ir a ver qué había pasado? Sus pies ansiaban moverse, pero el miedo la mantenía clavada en el sitio.
Antes de que pudiera decidirse, la puerta del ascensor se abrió. Collin salió, sentado en su silla de ruedas. Tenía un aspecto letal, con el rostro impasible e indescifrable. Detrás de él estaba el mayordomo que Ivy había enviado.
—Señor Riley… —comenzó Roland, dando un paso cauteloso hacia adelante.
Pero Collin no le dejó terminar. Levantó una pistola y apuntó directamente a la frente del hombre. —Si vuelves a abrir la boca —dijo con voz gélida—, te disparo.
Roland palideció y retrocedió tambaleándose, aterrorizado.
Antes de que la tensión pudiera aumentar aún más, una figura esbelta se interpuso entre ellos. Con una mezcla de miedo y furia en su voz, Linsey espetó: —Collin, ¿has perdido la cabeza? ¡Es el mayordomo de tu abuela! ¿Cómo puedes apuntarle con un arma así?
—No te metas —gruñó él. Su voz era gélida, cargada de furia.
A pesar del miedo, Linsey se mantuvo firme. —Es asunto mío —insistió, levantando la barbilla desafiante—. ¡Lo que sea que estés pasando, no justifica amenazar la vida de alguien!
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