Mi esposo millonario: Felices para siempre - Capítulo 1192
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Capítulo 1192:
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Nunca se le había pasado por la cabeza que él fuera quien la sujetara en su caída. El hechizo apenas se había disipado cuando la tranquila voz de Collin la interrumpió.
«¿Tienes pensado derretirte en mis brazos toda la mañana?».
El color subió a las mejillas de Linsey y la vergüenza la devolvió al presente.
Aterrorizada, se disculpó rápidamente y se soltó de él, asegurándose de no mirarlo a los ojos.
Las palabras que Collin iba a decir se quedaron en sus labios cuando vio la maleta volcada, y una arruga apareció entre sus cejas.
Mientras tanto, Linsey, ajena a su irritación, se afanaba en recoger sus pertenencias esparcidas, agachada junto a la maleta maltrecha.
La ropa y sus pertenencias se esparcieron por el suelo: su maleta, que antes estaba perfectamente ordenada, se había abierto en el caos.
Se le ocurrió una nueva idea. Si era imposible subir todo de una vez, mejor dividir la carga y hacer varios viajes.
Decidida, Linsey recogió un montón de cosas y se dirigió hacia las escaleras.
Antes de que pudiera moverse, la voz de Collin la interrumpió.
—Espera.
La curiosidad y la irritación se mezclaron en ella mientras se detenía. —¿Qué pasa ahora?
Él señaló directamente el paquete que ella apretaba contra el pecho, con mirada aguda y sospechosa. —¿Qué has envuelto exactamente en esa ropa?
El instinto se apoderó de ella. Linsey dio un paso atrás en actitud defensiva, con los ojos muy abiertos y alarmada. —No es asunto tuyo.
Esos paquetes ocultos eran sus secretos mejor guardados: sus armas, que había escondido la noche anterior. Ni loca iba a dejar que él los viera.
Collin ignoró su protesta, con tono frío y tajante. —Dámelos. Quiero verlos yo mismo.
En lugar de ceder, Linsey apretó aún más sus cosas contra sí, con una mirada sospechosa mientras mantenía los ojos fijos en él. Cada centímetro de su postura irradiaba una obstinada negativa: no estaba dispuesta a dejarle ver lo que escondía.
Al ver su resistencia, la paciencia de Collin se agotó. Sacó su teléfono y lo mostró, con voz amenazante. —Quizá ha llegado el momento de que el Grupo Wells cierre sus puertas para siempre.
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—¡Para! —El miedo se apoderó del rostro de Linsey, que se abalanzó hacia él y le arrojó los objetos envueltos—. ¡Tómalos! ¡Solo prométeme que no tocarás el negocio de Félix!
Eso fue suficiente para Collin, que guardó el teléfono y empezó a quitarle capas de ropa para ver lo que había intentado ocultar.
El contenido era casi ridículo: solo un par de botes de spray pimienta, destinados a la seguridad personal.
Con la curiosidad despertada, Collin acercó su silla de ruedas a la maleta. El caos anterior había quedado cubierto por dos chaquetas de Linsey, en un intento de ocultarlo rápidamente.
Las alarmas sonaron en la mente de Linsey, que extendió la mano para intentar interceptarlo. Era demasiado tarde.
Incluso antes de que pudiera advertirle, Collin ya había apartado las chaquetas.
Al mirar dentro de la maleta abierta, descubrió que había mucho más que unas cuantas camisas: había diez botes de spray pimienta, media docena de porras eléctricas, tres porras plegables, seis alarmas portátiles y una sola mancuerna bastante pesada. Lo que había supuesto que era ropa pesada resultó ser un arsenal. Se le escapó una breve risa incrédula.
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