Marcada por el Verdadero Alfa - Capítulo 241
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Capítulo 241:
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«Sí, lo dije. Yo también necesito vivir la vida. Que te secuestraran me ha enseñado a vivir el presente, porque no sabemos lo que nos depara el futuro», dice. Intento interrumpirlo, decirle que deje de decir tonterías, pero él me detiene.
«No, acabo de recuperarte, Lena, después de todos estos años, y no quiero pasar el resto de nuestras vidas juntos atrapados en esa manada. Quiero vivir el resto de mi vida al máximo contigo y con los niños», me dice, y puedo verlo en sus ojos. Ha hecho las paces con esto.
«Bueno, si ese es el plan, entonces me apunto. Vivamos la vida al máximo. Vamos a ver mundo», le digo, con una gran sonrisa en mi rostro.
«Pero hay algo más de lo que tenemos que hablar», me dice.
«¿Qué es?», le pregunto.
«Es sobre Lex», dice, e inmediatamente se me borra la sonrisa de la cara.
«Te dije que no quería hablar de él», respondo, apartando mi mano de la suya.
«Lo sé, mia cara, pero tenemos que hacerlo. El médico ha dicho que la semana que viene podrás empezar la fisioterapia y usar las muletas. Y la semana siguiente podremos llevarte a casa. Tenemos que decidir qué vamos a hacer con él», explica.
«No me importa lo que le hagáis», digo, y lo digo en serio.
«Sé que no te importa y que probablemente no quieras volver a verlo nunca más, pero no creo que sea una buena idea», me dice, y juro por la diosa que, si no estuviera postrada en cama, lo estaría estrangulando en este momento.
«¿Ah, sí? Por favor, ilumíname», le respondo.
«No seas así, Lena. Solo pensé que sería una buena idea que te enfrentaras a él para que te ayudara», explica.
«¿Cómo me va a ayudar exactamente ver al hombre que me torturó, Leo?», le pregunto con voz temblorosa.
Me coge la mano de nuevo. «Veo cómo luchas, cómo te sobresaltas al menor ruido. También tienes pesadillas cada vez que duermes. Intentas ocultar tu dolor, cariño, pero yo lo veo y lo siento. Sé que no quieres verlo, pero creo que enfrentarte a él… no te curará por completo, pero te ayudará mucho. Ahora mismo, él tiene poder sobre ti, y tienes que recuperar ese poder. Demuéstrale que no le tienes miedo, y tu mente lo creerá».
Entiendo que todo lo que dice es cierto, pero eso no cambia el hecho de que tengo miedo.
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«Sigo oyendo el sonido del taladro, ¿sabes? Veo su sonrisa malvada en mis sueños. Y ahora mismo, aquí, sé que estoy a salvo, pero creo que mi mente aún no lo cree», le digo, y las lágrimas comienzan a rodar por mi rostro. Él las seca suavemente.
Se coloca detrás de mí en la cama y me abraza como si estuviera en un capullo. «Estás a salvo, mia cara. Él ya no puede hacerte daño. A menos que tú se lo permitas», me susurra.
Respiro profundamente varias veces y pienso en lo que me sugiere. Leo no haría nada para hacerme daño deliberadamente. «¿Vas a estar ahí conmigo?», le pregunto.
«Por supuesto que sí, y si es demasiado para ti, solo tienes que decirlo y nos iremos inmediatamente», me dice.
«De acuerdo, hagámoslo. Cuando los médicos me den el alta para empezar a usar las muletas, nos iremos», respondo.
Me besa en la nuca y nos quedamos allí, abrazados, hasta que me duermo.
Hoy empieza mi fisioterapia. He estado esperando este día con ilusión y, al mismo tiempo, con miedo. Lo espero con ilusión porque, por fin, podré levantarme de esta cama, lo que significa que estaré un paso más cerca de poder hacer cosas por mí misma. Pero también lo temo porque sé que no será fácil y que el dolor será insoportable; el médico ya me lo ha advertido.
He pedido que solo Leo y Zeo estén hoy aquí conmigo. No quería ver las miradas de decepción y tristeza en los rostros de los demás si hoy no era capaz de caminar.
Leo está aquí porque no hay forma de que se aleje de mi lado, aunque se lo pidiera, y Zeo está aquí porque sabe cómo animarme. Sabe distinguir entre animarme y presionarme demasiado.
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