Los Secretos de la Esposa Abandonada - Capítulo 911
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Capítulo 911:
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Aplastó la daga de Allison bajo su pie.
Con una sonrisa de suficiencia, añadió: «Te lo dije, no puedes vencerme».
Ambos conocían perfectamente las fortalezas y debilidades del otro.
Cuando Verruckt vio a través de la estrategia de Allison, sintió que la victoria se deslizaba en sus manos.
Pero Allison no se rendía.
«Te has convertido en una especie de monstruo, que depende de mejoras para mantener su fuerza. ¿Estás orgullosa de eso?», preguntó con voz llena de sarcasmo amargo.
La expresión de Verruckt se ensombreció al escuchar sus palabras.
«Pensé que después de lo de la isla, entenderías el poder de otra manera. Pero sigues siendo tan ingenua y tonta como siempre».
Mientras esquivaba sus ataques, Verruckt agarró una pistola de un cuerpo cercano.
Apuntó con el arma y disparó, pero no al corazón.
En su lugar, apuntó a su pierna.
«Aquí es donde se acaba todo para ti», dijo Verruckt con frialdad.
Su mirada gélida selló su destino.
O moriría o quedaría lisiada.
Pero Allison no era de las que aceptaban la derrota sin más.
Sus ojos ardían con la misma determinación feroz que un lobo solitario en la caza.
«Te vencí una vez y puedo volver a hacerlo», replicó, lanzándole sus últimas espadas.
«¡Ni siquiera con un arma puedes derribarme!».
Las hojas plateadas cortaron el aire, atrapando la luz en un destello que cegó brevemente a Verruckt.
Ese momento de distracción le impidió apuntar a Allison.
No tuvo más remedio que esquivar las mortíferas hojas.
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Las balas y las hojas chocaron. Saltaron chispas, su frío brillo reflejándose en los rostros de los demás.
«Ahora empieza la verdadera lucha», dijo Verruckt con una sonrisa, preparándose para lo que vendría después.
Cuanto más peligrosa se volvía la situación, más se esforzaba Allison por aprovechar su fuerza ilimitada. Se concentró en mantener la calma y luego cargó directamente contra Verruckt.
Fue un movimiento inesperado, uno que casi nadie haría en una situación tan terrible.
Un ataque directo como este exponía sus vulnerabilidades, pero también le permitía aprovechar al máximo su velocidad.
«¡Tienes ganas de morir!», gruñó Verruckt, lanzando su ataque. En ese momento, su deseo de matar alcanzó su punto máximo. Era como sus peleas pasadas en el laboratorio. Aunque ambos habían sido víctimas, luchaban como si sus propias vidas estuvieran en juego.
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