Los Secretos de la Esposa Abandonada - Capítulo 710
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Capítulo 710:
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«¿De verdad vive en un basurero como este?», murmuró uno, con el rostro retorcido por el asco.
«Este barrio está plagado de todo tipo de suciedad. Mantente alerta», advirtió otro.
«Espera, mira, parece que está en problemas».
Sus murmullos se interrumpieron cuando vieron a Allison en un callejón, aparentemente acorralada por un grupo de matones. Al frente del grupo estaba un hombre tuerto, con los labios curvados en una grotesca sonrisa.
«Hola, cariño. ¿Quieres tomar algo?».
La mente de Allison se aceleró. Necesitaba deshacerse de su perseguidor, y esta banda de matones podría servirle para ello. Adoptando una actitud asustada, se encogió, abrazándose los brazos como si se protegiera.
—No bebo —tartamudeó, con la mirada fija en la otra salida del callejón—. Por favor, déjame pasar.
El tuerto se rió, un sonido gutural que rozaba las paredes.
—Oh, no vas a ir a ninguna parte —se burló, extendiendo una mano mugrienta—. Ven tranquilamente, a menos que quieras que te desnude aquí mismo.
Un destello de astucia cruzó los ojos de Allison, enmascarado por su pánico fingido. Forzó su expresión en una de terror con los ojos muy abiertos, interpretando su papel a la perfección.
No eran genios del crimen. Eran ratas de alcantarilla, aferrándose a sus restos de poder. Manejarles no supondría mucho esfuerzo, pero si podía aprovechar esta escena para deshacerse de su perseguidor, sería tiempo bien empleado.
Miró a su alrededor frenéticamente, su mirada lanzándose como la de una presa acorralada. «No… por favor, no», tartamudeó, con la voz temblorosa. Dio un paso atrás, como si la única esperanza que le quedara fuera la de salir corriendo por el camino por el que había llegado.
El tuerto sonrió, con una mueca retorcida que apestaba a malicia. Se abalanzó hacia ella y le puso una mano en el hombro, con un agarre tan firme como una trampa de acero.
—Zorra, ¿crees que todavía puedes correr? —escupió, con voz cargada de desdén—.
—¡Suéltame! ¡Tengo novio!». El grito de Allison era una mezcla perfecta de ira y desesperación. Agitaba los brazos, lanzando puñetazos que no llegaban a dar con fuerza, su lucha era una ingeniosa danza de debilidad calculada.
El hombre se rió entre dientes, completamente divertido por lo que veía como un esfuerzo inútil. «Te sobreestimas, ¿verdad?», se burló. Dirigiéndose a sus lacayos, les ladró: «¡Atadle las manos!».
«Entendido», corearon al unísono, avanzando para agarrarle los brazos.
«¡Soltadme! ¡Soltadme!», gritó Allison, alzando la voz en un convincente crescendo de desesperación. Se retorció y se retorció, oponiendo la resistencia suficiente para vender la ilusión. Los matones la arrastraron hacia un coche que esperaba, y su resistencia fue disminuyendo gradualmente hasta parecer una sumisión indefensa.
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