Los Secretos de la Esposa Abandonada - Capítulo 484
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Capítulo 484:
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Con los ojos muy abiertos, se agarró el tobillo herido y su voz se elevó en un tono frenético. «¡Camarero! Qué clase de cafetería estás regentando aquí? Cómo puede entrar una piedra volando de la nada?».
Era una imagen del desorden, su habitual elegancia destrozada.
Protegida y mimada toda su vida, Carole nunca se había rozado una rodilla, y mucho menos había sufrido una herida que le dejara cicatriz. Su sorpresa se transformó rápidamente en indignación.
Al otro lado de la mesa, la mano de Allison descansaba inocentemente sobre su taza de café. Se encogió de hombros, disimulando una sonrisa de satisfacción. «Parece que debería andarse con cuidado, señorita Perry. Nunca se sabe lo que puede ocurrir en un lugar como éste… ¿quizá algo… sobrenatural? A veces, guardar silencio puede salvarte de accidentes imprevistos».
La sutil inclinación de su cabeza, combinada con aquella risa suya, no hizo más que avivar la furia de Carole. Sí, su risa era suave, pero sonaba burlona. No había lugar a dudas, sobre todo si se combinaba con la melodía de piano de fondo del café, que encajaba con el tono irónico e inquietante de sus palabras.
Carole se dio la vuelta, con los ojos encendidos. «Allison, ¿hiciste… hiciste eso?»
El rostro de Allison era pura inocencia. «Señorita Perry, no hagamos acusaciones infundadas. Después de todo, sería bastante imprudente. ¿Quién sabe? Quizá pronto ocurra otro suceso sobrenatural».
Carole miró al techo, dándose cuenta de que su mesa estaba perfectamente situada fuera de la vista de las cámaras de seguridad del café. Se le retorció el estómago. Estaba atrapada sin ninguna prueba.
«¡Tú!», espetó, cogiendo pañuelos de papel para secarse el tobillo sangrante, mientras su furia crecía en oleadas.
Cuando por fin se atrevió a levantar la vista, los ojos oscuros de Allison la estaban esperando. Y en ese momento, Carole sintió que la invadía un pavor helado, un escalofrío instintivo que le recorría la espina dorsal. Era una sensación que no podía evitar; en el fondo, parecía verdadero miedo. Por un momento, Carole sintió que podía morir.
¿Allison la estaba amenazando?
Pero no, pensó, sacudiéndose. ¿Quién se creía Allison para amenazarla así? No era más que una cualquiera, insignificante.
Apretando la mandíbula, se volvió hacia Kellan, con voz desesperada. «Kellan, tú eres el que manda aquí. ¿No está bajo tu mando? ¿No puedes controlarla? No olvides que estábamos hablando de una asociación…».
Sonaba casi histérica, sus palabras se atropellaban unas a otras. Las empresas casi habían sellado su acuerdo de cooperación, y lo último que necesitaba era que Kellan se pusiera del lado de Allison.
Pero Kellan se limitó a reír, con un sonido oscuro y sin gracia. «¿Cooperación?», repitió, como si la propia palabra fuera risible. «Carole, tu empresa apenas roza los estándares de la señora Clarke. Si no fuera porque tus padres salvaron una vez a mi abuela, ni siquiera estarías sentada a esta mesa».
La despreocupada superioridad en su tono caló más hondo de lo que Carole había esperado, y sintió un miedo desconocido retorcerse en sus entrañas. Por supuesto. En su pánico, casi se había olvidado del hombre despiadado con el que estaba tratando. No se trataba sólo de Kellan, era un hombre con una reputación tan despiadada como el mismísimo diablo, una reputación que hacía temblar a la gente al oír su nombre.
Carole contuvo su frustración, forzando una sonrisa tensa que parecía tan artificial como se sentía. «Sólo bromeaba».
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