La revancha de la increíble exesposa del CEO - Capítulo 374
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Capítulo 374:
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Ahora Francis sabía que estaba realmente acabado.
Llamaron a la puerta, lo que le hizo sobresaltarse. Zeke se acercó y la abrió, dejando ver a dos hombres vestidos con batas quirúrgicas que empujaban una camilla entre ellos. Francis abrió mucho los ojos, palideció y se le bloquearon las piernas.
«No».
Un sonido ahogado escapó de sus labios mientras empezaba a retroceder. «No, no puedes hacerme esto».
De repente, se abalanzó sobre Millie, agarrándola por las piernas y mirándola desesperadamente. Por la mirada cruel de Zeke, Francis supo que cumpliría sus amenazas, y tenía tanto el poder como el dinero para hacerlo. Su única alternativa ahora era apelar a Millie.
Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras suplicaba: «Millie… por favor, no dejes que me lleven. Lo siento. Siento mucho todo lo que te he hecho».
Su voz se quebró y las palabras se le atropellaron. «Sí, fui un idiota, ¡lo admito! Pero es porque me sentía inseguro… Te quiero, Millie. No quería perderte; por eso te amenacé para mantenerte cerca. Sé que estuvo mal. Pero, por favor… tienes buen corazón. Puedes perdonarme. No dejes que haga esto. Evité que fueras a la cárcel, ¿recuerdas? Manipulé todas las pruebas para que no te relacionaran con la muerte de ese hombre».
Para su consternación, la boca de Millie se curvó en una línea fría y amarga mientras hablaba, con una voz apenas superior a un susurro, pero afilada como cristales rotos.
«Sí, Francis, evitaste que fuera a la cárcel… pero solo para poder meterme en una prisión peor. Me quitaste todo lo que tenía y disfrutaste mientras abusabas de mí y me torturabas».
Francis negó con la cabeza y sus lágrimas cayeron más rápido mientras suplicaba: «Por favor… Sé que te hice daño. Lo siento. Eres buena, Millie. Puedes perdonarme, ¿verdad? No quieres que me envíen a ese lugar».
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La expresión de Zeke se endureció, ya irritado porque Francis se aferraba a la pierna de Millie. Pero antes de que pudiera intervenir, Millie liberó su pierna y, con una patada rápida y violenta, clavó el talón en la cara sangrante del bastardo.
Francis se derrumbó en el suelo, agarrándose la nariz con agonía. El sabor de la sangre le llenaba la boca mientras la miraba con los ojos desorbitados por el dolor y la conmoción. Millie se quedó de pie junto a él, con la voz temblorosa pero feroz, y le espetó: «Todas esas veces que me pegaste y me dejaste magullada, y yo te suplicaba que pararas… nunca me escuchaste. No parabas hasta que estabas satisfecho».
Su voz se hizo más fuerte, cada palabra impregnada de años de rabia. «¿Y ahora crees que mereces clemencia? Espero que te pudras y sufras en ese lugar, Francis. Nadie te echará de menos».
Los hombres con batas se adelantaron cuando Zeke les hizo una señal. Francis retrocedió, invadido por una nueva oleada de terror al ver acercarse a los hombres.
«¡No se acerquen a mí! ¡No se atrevan a tocarme!», gritó, agarrándose al suelo, desesperado por encontrar algo a lo que aferrarse.
Uno de los hombres lo agarró con fuerza por los hombros, inmovilizándolo, mientras el otro metía la mano en su bolsillo y sacaba una jeringa.
Francis la miró con los ojos muy abiertos y gritó: «¡No! ¡No! ¡Quiten esa maldita cosa de mi vista!».
Pero el hombre fue rápido e inyectó la aguja en su brazo.
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