La inocencia robada - Capítulo 169
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Capítulo 169:
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Max asintió lentamente, con los ojos llenos de lágrimas. Se sentó junto a ella una vez más, sosteniendo suavemente la mano de Amelia, con el peso de la verdad sobre su alma. No sabía cómo le contaría la terrible verdad sobre su hijo, ni cómo ambos afrontarían esta devastadora realidad.
Pero en ese momento, Max tenía una cosa clara: nunca volvería a dejar que nada se interpusiera entre él y Amelia, aunque eso significara enfrentarse a sus peores pesadillas.
Las luces del hospital eran tenues, reflejándose en los suelos estériles, proyectando claramente las sombras exhaustas que se deslizaban en los ojos de Max Holden. Se sentó en la fría silla de un largo pasillo lleno de silencio, con la mirada fija en la puerta metálica de la unidad de cuidados intensivos. Detrás de esa puerta, Amelia luchaba por su vida. Su corazón estaba oprimido por la culpa y el miedo, y no tenía idea de cómo enfrentarla con la devastadora verdad que aplastaba la poca fuerza que le quedaba: su hija había sido secuestrada.
No era tan simple. El estado de Amelia era frágil, y cualquier noticia como esta podría hacerla perder el control. Max miró sus manos temblorosas, sintiéndose completamente impotente. ¿Cómo podía un hombre mantenerse fuerte cuando todo lo que amaba estaba al borde del colapso?
En ese momento, Michael apareció en la distancia, con pasos rápidos y decididos. El chirrido de sus zapatos en el suelo rompió el doloroso silencio, devolviendo a Max a su dura realidad. Michael se paró frente a él, con el rostro tenso pero lleno de determinación. Miró a los ojos de Max, esperando instrucciones.
Max respiró hondo antes de hablar, como si las palabras salieran de un corazón sobrecargado de dolor.
«Greco… se llevó a mi hija».
Michael estaba conmocionado, pero su rostro no delataba mucha sorpresa. Llevaba un tiempo esperando algo de esta magnitud.
—Max, necesitamos un plan sólido. No podemos permitirnos más pérdidas.
Max apartó la cara, tratando de ocultar la creciente ira y dolor que sentía en su interior.
—Lo sé… por eso tienes que eliminar a Greco por cualquier medio necesario. Negociaremos. Le diremos que o devuelve a mi hija a cambio de su vida… o lo matamos.
Michael vaciló un momento y luego preguntó con voz baja pero desafiante: —¿Y Amelia?
Max sacudió la cabeza con tristeza y volvió a mirar la puerta de la unidad de cuidados intensivos.
«No puedo decírselo ahora. Su estado es demasiado crítico… si se entera, podría no sobrevivir».
Michael se tragó sus palabras, comprendiendo la pesada carga que Max llevaba. Sabía que esta decisión determinaría todos sus destinos. La situación se había convertido en un juego de vida o muerte, en el que cada movimiento en falso podía ser el último.
Jerry Cooper estaba sentado en su casa, tratando de distraerse leyendo los periódicos locales, pero su mente estaba nublada. La preocupación constante por su hija, Amelia, nunca lo había abandonado desde su repentina desaparición de la familia y su alejamiento de sus vidas. Sentía un peso en el pecho, como si algo terrible hubiera sucedido, pero no sabía que estaba a punto de ser golpeado con algo mucho peor de lo que jamás imaginó.
De repente, sonó su teléfono, rompiendo el pesado silencio de la habitación. Cuando lo cogió, una voz ansiosa salió del otro extremo, la voz de alguien de quien nunca quiso oír malas noticias: «Jerry… Amelia está en el hospital. Su estado es muy grave, y su hija… ha sido secuestrada».
Jerry sintió como si su corazón se detuviera por un momento. No sabía cómo respirar o responder. El sonido de la sangre golpeando violentamente en sus oídos y sus manos comenzaron a temblar.
«¿Qué estás diciendo? ¿Quién se la llevó?».
Pero no esperó una respuesta. Saltó de su asiento, gritando a su esposa, la madre de Amelia, que estaba en la cocina tratando de preparar el desayuno.
«¡Tenemos que irnos ahora! ¡Amelia está en peligro!».
La madre de Amelia, que había estado removiendo su café con calma, se quedó paralizada. Su corazón se le hundió en el pecho. No necesitaba oír los detalles: los ojos doloridos de su marido eran suficientes para saber que había ocurrido una catástrofe.
«¿Qué ha pasado? ¿Está bien?», preguntó, con la voz temblorosa mientras dejaba caer la cuchara de su mano.
«Tenemos que ir al hospital ahora mismo. Te lo explicaré todo por el camino. Es muy grave».
Sin dudarlo, se apresuró a coger el abrigo y el bolso mientras Jerry ya estaba abriendo la puerta del coche, con las manos temblorosas de ansiedad. Se subió al asiento del pasajero, con los ojos llenos de lágrimas de miedo y preocupación. Las calles parecían largas y llenas de obstáculos, y el tiempo pasaba con una lentitud dolorosa.
Cuando llegaron al hospital, el ambiente interior estaba cargado de preocupación y expectación. Las luces blancas y brillantes de las lámparas del techo hacían que el lugar pareciera aún más frío. Jerry y su esposa se apresuraron a ir a la recepción, con la voz cargada de miedo y preocupación.
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