La inocencia robada - Capítulo 167
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Capítulo 167:
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«Te mataré…», murmuró Max, con la voz ronca, mezclada de furia y crueldad.
«Quemaré todo por ti. Haré que el mundo sea testigo de tu muerte y que la propia tierra te maldiga». Su puño se apretó con fuerza alrededor de algo invisible, como si imaginarse ahogando a Alonzo le diera una fugaz sensación de alivio.
Pero la ira no era lo único que lo consumía. Bajo esa furia yacía un profundo amor y un dolor indescriptible. Ahora solo podía pensar en su hija pequeña, a la que solo había vislumbrado por momentos fugaces antes de que desapareciera de su vida. La imagen de su rostro pequeño y frágil estaba grabada en su memoria, pero no sabía cómo era ahora. No la había oído llorar, no había sentido el toque de su pequeña mano.
En ese momento, los pensamientos de Max se enredaban entre la rabia y el amor, la venganza y la esperanza. Quería recuperar todo, ver a su hija en sus brazos, abrazarla como cualquier padre debería. Pero, sobre todo, quería ver a Amelia a salvo. La mujer que siempre había sido su fuente de fortaleza y que ahora sufría por lo sucedido.
Se volvió hacia la ventana de nuevo, apretando los puños como si se aferrara al último hilo de esperanza.
«La encontraré…», susurró, con voz baja pero llena de determinación.
«Encontraré a mi bebé y haré que todo vuelva a estar bien».
La habitación del hospital estaba bañada por una tenue luz blanca, rodeada por los sonidos rítmicos de los equipos médicos. Los cables y las máquinas estaban conectados a Amelia, que yacía tranquilamente en la cama, como si estuviera dormida en otro mundo, lejos del dolor. Los ojos de Max no la abandonaban, y su rostro agotado finalmente mostró un atisbo de alivio después de largas horas de preocupación que le habían desgarrado el corazón.
Max se quedó junto a la cama, observándola mientras respiraba lentamente. Tenía los ojos cerrados y su pálido rostro había comenzado a recuperar un poco de color. Respiró hondo, como si la vida volviera gradualmente a ella. El médico acababa de decirle que estaba fuera de peligro y que todo iría bien.
Max sintió algo así como una feliz conmoción atravesar su corazón. No podía creer que por fin había llegado el momento. Su cuerpo estaba cansado y su mente agotada, pero hacía mucho tiempo que no sentía tanta felicidad. En las últimas horas solo había pensado en el miedo a perderla, pero ahora, ahí estaba, viva, volviendo lentamente a él. Sentía como si la vida le hubiera dado una nueva oportunidad.
Se acercó a ella lentamente, con las rodillas apenas sosteniendo la alegría que inundaba su cuerpo. Se inclinó cerca de ella, luego se sentó en la silla junto a la cama, colocando su mano sobre la suya, fría. Su mano era suave y frágil, pero él percibía su fuerza oculta, la fuerza que le había permitido resistir a la muerte y volver a él.
«Amelia…», susurró con voz entrecortada, con los ojos llenos de lágrimas que había contenido durante tanto tiempo.
«Has vuelto… Gracias a Dios».
Le apretó la mano con más fuerza, como si temiera que pudiera escapar de nuevo. Miró su rostro tranquilo, deseando que abriera los ojos para verlo, para sonreírle, para decirle que estaría bien. Pero sabía que estaba sedada y ajena a lo que sucedía a su alrededor.
Sin embargo, eso no le importaba. Su presencia aquí ahora, el hecho de que hubiera superado la etapa crítica, era suficiente para él. Acunó su mano entre las suyas, luego se inclinó lentamente hacia adelante y besó suavemente su frente, como si ese beso fuera una promesa entre ellos.
«Nunca te dejaré, Amelia… Hemos pasado por un infierno, y no dejaré que nada nos separe de nuevo».
Su expresión era una mezcla de felicidad y tristeza, alivio y preocupación que no había desaparecido por completo. Sus ojos brillaban con lágrimas que ya no estaban bajo su control, pero eran lágrimas de alegría más que cualquier otra cosa. Había estado esperando este momento durante mucho tiempo, el momento en que podría recuperar lo que había temido perder.
Para siempre. Junto a la cama, las máquinas emitían un zumbido constante, señal de la estabilidad de su estado. La tenue luz de la habitación se reflejaba en el rostro de Amelia, que parecía extrañamente sereno, como si estuviera viviendo un sueño tranquilo, lejos de todo lo que había sucedido.
Max respiró hondo y cerró los ojos por un momento, como si el peso del mundo finalmente hubiera comenzado a levantarse de sus hombros. Sus palabras fluyeron de su corazón con una voz suave y llena de emoción.
«No dejaré que nada te haga daño de nuevo. Pase lo que pase, estaré aquí. Te protegeré… A ti y a nuestra hija. No dejaré que nadie te aleje de mí».
Hizo una pausa por un momento, incapaz de contener sus emociones. Le apretó la mano con más fuerza, como si tratara de transmitir todos sus sentimientos a través de ese contacto. No había necesidad de palabras complejas: lo que más deseaba ahora era sentirla a su lado, saber que pronto volvería a él por completo y que juntos superarían esta terrible experiencia. Pero ella no respondió ni se movió. Estaba profundamente dormida, bajo la influencia de los medicamentos que la mantenían tranquila y segura durante este momento crítico. Sin embargo, a Max no le importaba; este silencio era una bendición después de todo lo que habían pasado. No le importaba si estaba consciente o no; que estuviera viva era suficiente.
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