La inocencia robada - Capítulo 166
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Capítulo 166:
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Michael estaba de pie a su lado, con el rostro sombrío pero firme, exudando una fuerza tranquila.
—Max… —susurró Michael suavemente, intentando romper el pesado silencio entre ellos.
—Amelia está en la UCI. Su estado es crítico.
Max sintió como si las palabras de Michael no llegaran a su mente, sino que se hundieran profundamente en su pecho como una daga. Dio unos lentos pasos hacia la puerta de cristal que lo separaba de su esposa. Detrás del cristal, vio a Amelia tumbada en la cama blanca, rodeada de equipos médicos que monitorizaban sus signos vitales. Sus respiraciones eran débiles y su rostro estaba dolorosamente pálido.
De pie frente al cristal, las lágrimas brotaron de sus ojos. La mujer que amaba, la que siempre se había mantenido fuerte frente a todos, ahora parecía frágil y débil. Su corazón se hizo añicos al verla en ese estado.
«No la protegí…», murmuró con voz ronca, apenas audible para Michael.
«Ella está aquí por mí».
Michael no dijo nada al principio, pero se acercó a Max y le puso una mano cálida y fuerte en el hombro.
—Max, tienes que ser fuerte ahora. Amelia te necesita.
Max se volvió hacia Michael con lágrimas corriendo por sus mejillas.
—¿Cómo puedo ser fuerte cuando ella está aquí… entre la vida y la muerte?
Michael arqueó ligeramente las cejas y respondió con un tono tranquilo pero firme: —Conoces a Amelia mejor que nadie. Es una luchadora. No se rendirá fácilmente. Pero lo que necesita ahora mismo es que estés aquí a su lado, el apoyo que ella siempre ha sido para ti».
El rostro de Max era una mezcla de profundo dolor y arrepentimiento. Sus ojos ardían de lágrimas y su frente estaba surcada por la tensión. Intentó respirar profundamente, pero cada respiración parecía asfixiarlo.
Volvió a mirar a Amelia a través del cristal, tratando de reunir los restos de su fuerza. Podía ver su rostro pálido, pero recordaba su risa que una vez llenó el espacio de vida y sus ojos que siempre desafiaban al mundo. Este momento parecía asfixiarlo.
Era una prueba de su fe en ella y en sí mismo.
—Tienes razón, Michael… —dijo finalmente Max, con voz llena de determinación a pesar del dolor—.
—No me rendiré, y no dejaré que ella se rinda. Seré fuerte por ella.
Michael sonrió levemente, retrocediendo para darle espacio a Max.
—Ese es el espíritu. Y estaremos a su lado. No dejaremos que le pase nada.
Max se puso de pie frente al cristal, con la mirada cada vez más resuelta. No podía tocar su mano ni estar a su lado en ese momento, pero su corazón estaba allí con ella, luchando cada segundo por su supervivencia.
La noche estaba sumida en el silencio, pero en el corazón de Max Holden se desataba una tormenta. Se sentó en el borde de la cama de la oscura habitación del hospital, con la mirada perdida y la respiración acelerada. Era como si cada fibra de su ser exigiera venganza. Tenía los músculos tensos y las venas abultadas en la frente y las manos, como si estuviera a punto de estallar. El pensamiento de Alonzo y Greco ardía en su interior como brasas en su pecho, alimentando su furia que se filtraba en lo más profundo de su alma.
«Me quitaron a mi bebé…», susurró con los dientes apretados, y las palabras se le escaparon como alientos abrasadores. Su bebé, el primer fruto de su amor con Amelia, les había sido arrebatado en su primer día en este mundo. A Amelia le habían robado la oportunidad de ver a su hija; lo que debería haber sido un momento de pura alegría se había convertido en una oscura pesadilla.
Levantó lentamente la cabeza, con el rostro pintado de ira, miedo y ansiedad. Sus ojos oscuros e inyectados en sangre, cansados por las noches sin dormir y las lágrimas que se negaba a derramar, contaban historias de agonía.
«¿Cómo puedo vivir un solo minuto sin saber que está a salvo?», pensó, con las manos temblando de rabia. Apretó los puños como si quisiera estrangular a Alonzo él mismo.
El suave susurro del viento detrás de la ventana no hacía más que aumentar la quietud de la habitación, pero no calmaba el ardor que sentía en su corazón. Max deseaba poder prender fuego al mundo entero solo para recuperar a su bebé, para acabar con quienes lo habían traicionado y le habían arrebatado lo más preciado.
Todo a su alrededor era sombrío y frío, incluso la luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas parecía pálida, como si la propia noche compartiera la profundidad de su tragedia. Con cada latido de su corazón, Max sentía la sangre correr por sus venas, como si se preparara para otra batalla.
«Alonzo…» pronunció el nombre como una maldición, como si su sola pronunciación invocara energía oscura. Alonzo Greco era un oponente despiadado, que había logrado secuestrar a su hija recién nacida a plena luz del día, tratándola como un mero peón en su sucio juego. Max nunca pudo olvidar la mirada gélida de Alonzo, ese desafío silencioso en sus ojos cuando se llevó a la bebé, desafiando a Max a ir a recuperarla.
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